segunda-feira, 21 de dezembro de 2009

Daniel 8 EL SANTUARIO PURIFICADO

Un Tiempo de Juicio.
El punto focal del estudio de esta noche es Daniel 8. Este capítulo comienza con palabras de alto valor significativo. Comienza así: “En el año tercero del reinado del rey Belsasar me apareció una visión a mí, Daniel, después de aquella que me había aparecido antes”. Aquí en el primer versículo, Daniel señala que ésta es una ampliación del capítulo 7. Como se puede ver, este capítulo es la clave para entender no sólo las profecías de Daniel 7, sino todas las profecías de Daniel. Una cosa debe tenerse en cuenta. Las profecías de Daniel pueden ser entendidas en su plenitud, solamente cuando se comparan entre sí. Al estudiar el primer versículo, se ha notado que éste une el capítulo ocho con el siete. Los capítulos 7, 8 y 9 están interrrelacionados entre sí. Las visiones de los anteriores están explicadas, ampliadas y magnificadas en los posteriores. En Daniel 7, estudiamos el levantamiento y caída de los imperios. Estudiamos también el cuerno pequeño, que es un poder religioso que pervierte la verdad y oprime al pueblo de Dios. Después se nos muestra la escena de un juicio, donde el dominio y el poder se les da a los santos del Altísimo.
En Daniel 7, hay ocho grandes épocas. Babilonia, Medo-Persia, Grecia, Roma pagana, la división del imperio romano, el levantamiento del cuerno pequeño, la apertura del tiempo del juicio y la segunda venida de Cristo.
El capítulo 8 se enfoca en una de estas mayores épocas. Al principio, repasa el levantamiento y caída de los imperios, pero después se concentra específicamente en un periodo de tiempo conocido como “el juicio”. Ver Daniel 8:3-5:
“Alcé los ojos y miré, y he aquí un carnero que estaba delante del río, y tenía dos cuernos; y aunque los cuernos eran altos, uno era más alto que el otro; y el más alto creció después. Vi que el carnero haría con los cuernos al poniente, al norte y al sur, y que ninguna bestia podía parar delante de él, ni había quien escapase de su poder; y hacía conforme a su voluntad, y se engrandecía. Mientras yo consideraba esto, he aquí un macho cabrío que venía del lado del poniente sobre la faz de toda la tierra, sin tocar la tierra; y aquel macho cabrío tenía un cuerno notable entre sus ojos”.
¿A quién representa este carnero? ¿A quién representa el macho cabrío? Como ya hemos visto en Daniel 7, la Biblia usa animales para describir las naciones. ¿Podemos realmente estar seguros de lo que representa el carnero y el macho cabrío? La Biblia no deja ni una pregunta sin contestar. En lecciones anteriores hemos aprendido que hay tres métodos básicos para entender las profecías. Primero, leerla; eso ya lo hemos hecho. Hemos visto una batalla entre un carnero y un macho cabrío. Segundo, descubrir la interpretación bíblica de esa profecía. Tercero, encontrar el cumplimiento histórico de la profecía.
A través de la Escritura, una bestia representa una nación, un imperio o un reino. Y la mejor explicación, de que esta bestia es un reino, la encontramos en Daniel 8:20-21:
“En cuanto al carnero que viste que tenía dos cuernos, estos son los reyes de Media y de Persia. El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero”.
De acuerdo a la Biblia, ¿a quién representa el carnero? Es correcto, representa a Media y a Persia. Usted sabe esto porque yo se lo dije. ¿Es cierto? No. Eso no es cierto. Usted sabe esto, porque usted ha leído que la Biblia lo dice. La Escritura claramente dice: “El carnero que viste que tenía dos cuernos, estos son los reyes de Media y de Persia”. De paso, en la descripción de los dos cuernos, dice que el más alto fue posterior al primero. Los medos y los persas reinaron unidos por un tiempo. Pero uno de ellos se hizo más poderoso. Esto lo vemos cuando los persas tuvieron la supremacía sobre los medos. Este suceso lo hemos visto representado en Daniel 7, mediante el oso que se paraba sobre sus dos pies, pero se levantaba más de un lado. En Daniel 8, esto es representado mediante la figura de un carnero con dos cuernos, pero el más alto es posterior al primero. En conclusión, el macho cabrío representa el reino de Grecia, y el gran cuerno entre sus ojos, representa a su primer rey, Alejandro el Grande.
Armonia en las Profecías.
Note como la profecía bíblica se ajusta en una forma maravillosa. En Daniel 2, hay cuatro metales: oro, plata, bronce y hierro, luego viene la mezcla de hierro y barro cocido de los pies de la imagen. El imperio de oro de Babilonia, fue seguido por el imperio de plata que es Medo-Persia. Después viene Grecia que es simbolizado por el bronce. Y finalmente Roma, que es representado por el hierro. Todos estos reinos son seguidos por la división del imperio de Roma. Luego cuando vemos a Daniel 7, el león representa a Babilonia, el oso a Medo-Persia. Pero este oso se levanta más de un lado que del otro, mostrando que el reino de Persia sería más potente. Después viene Grecia, que es simbolizada por un leopardo con cuatro cabezas, que representan los cuatro generales de Alejandro el Grande. Posteriormente, una bestia con figura de dragón, con diez cuernos que representa a Roma. Y como corolario de todo esto, las diez divisiones representadas por los diez dedos de la imagen, que simbolizan la división del imperio romano. Y por último, el cuerno pequeño.
Teniendo en mente, que el carnero representa a Medo-Persia y el macho cabrío a Grecia, veamos a Daniel 8:7-8:
“Y lo vi que llegó junto al carnero, y se levantó contra él y lo hirió, y le quebró sus dos cuernos, y el carnero no tenía fuerzas para pararse delante de él; lo derribó, por lo tanto, en tierra, y lo pisoteó, y no hubo quien librase al carnero de su poder. Y el macho cabrío se engrandeció sobremanera; pero estando en su mayor fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar salieron otros cuatro cuernos notables hacia los cuatro vientos del cielo”.
El leopardo de Daniel 7 tiene cuatro cabezas. El macho cabrío tiene cuatro cuernos. Ambos están representando los generales de Alejandro el Grande. Alguien preguntaría, ¿por qué aquí se empieza con Medo-Persia y no con Babilonia? La razón por la cual Babilonia no está representada en Daniel 8, es porque esta visión empieza en el tercer año del rey Belsasar, y pronto el esplendor y la gloria de Babilonia pasarían a la historia.
Antes de entrar en la discusión del cuerno pequeño, quiero que noten lo siguiente: Dios ha revelado en las profecías bíblicas la historia y el destino del mundo. No es por accidente que Daniel 2 armonice con Daniel 7, y éste con Daniel 8. Otra vez, decimos, que estas profecías se ajustan entre sí, como las partes de un rompecabeza a su patrón. Concluímos diciendo, que la Biblia no es un libro común. No es un libro ordinario. La Biblia es, sin lugar a duda, la palabra del Dios viviente. Y el cumplimiento de las profecías bíblicas es una prueba confiable, de que es la palabra de Dios.
El Levantamiento de un Poder Apóstata.
Daniel 8:9-10 dice
“Y de uno de ellos salió un cuerno pequeño, que creció mucho al sur, y al oriente, y hacia la tierra gloriosa. Y se engrandeció hasta el ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas achó por tierra, y las pisoteó”.
En Daniel 7, observamos el levantamiento de Babilonia, Medo-Persia y Grecia. Después vimos a Roma representada por una bestia con figura de dragón con diez cuernos. Vimos también que un cuerno creció de entre los diez. Como ya hemos discutido en clases anteriores, el cuerno pequeño de Daniel 7, es un poder político-religioso que crece del remanente del imperio romano. Este es un sistema político-religioso que tiene un dirigente que pervierte la verdad de Dios. Echando por tierra las enseñanzas de las Escrituras, sustituyéndolas por enseñanzas y tradiciones humanas.
Daniel 7 representa a Roma como una bestia, y de ella sale un cuerno pequeño. Para hacer más marcado el corolario entre la Roma pagana y el cuerno pequeño, Daniel 8 simboliza al mismo imperio, y al poder político-religioso con el mismo símbolo. Por el origen de este poder, el medio en que se desarrolla, y el tiempo en que empieza a nacer, muestra que desde el mismo principio llevaría consigo principios de la Roma pagana. Observemos lo que dice Daniel 8:10-11:
“Y se engrandeció hasta el ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por tierra, y las pisoteó. Aun se engrandeció contra el príncipe de los ejércitos, y por él fue quitado el continuo sacrificio, y el lugar de su santuario fue echado por tierra”.
En el versículo 10 dice que este sistema perseguiría a los fieles adoradores de Dios. Dice además, que parte de ellos los echó por tierra y los pisoteó.
Luego en el versículo 11 dice que se engrandeció contra el príncipe de los ejércitos. Es decir, éste sería un poder que se adjudicaría los privilegios y las prerrogativas de Dios. Y finalmente, se exaltaría sobre Dios. Otra cosa que nos dice este versículo es: “Por él fue quitado el continuo sacrificio, y el lugar de su santuario fue echado por tierra. ¿Cuál es el significado de esta expresión? En hebreo, la palabra continuo es Tamid. Al estudiar el sistema de adoración del Antiguo Testamento, encontraremos que el centro de adoración giraba sobre el continuo, o servicio continuo del santuario. Si un hombre pecaba, era necesario que trajera una ofrenda al santuario. Este sacrificio no podía hacer expiación por su pecado, sino más bien, señalaba hacia el Mesías que habría de venir. Todo el sistema ceremonial del continuo, dirigía la fe del creyente hacia el Cristo que habría de venir. Pero, Daniel 8 predice un poder que se opondría y reclamaría ser Dios. Aun siguiendo un sistema de adoración terrenal y sustituyendo lo religioso, lo interno por prácticas externas. Hablando de este poder la Biblia expresa lo siguiente en Daniel 8:12:
“Y a causa de la prevaricación le fue entregado el ejército junto con el continuo sacrificio; y echó por tierra la verdad, e hizo cuanto quiso, y prosperó”.
La verdad acerca de dónde está Jesús, cuál es su obra y qué está haciendo, sería sustituído por un sistema de actividades religiosas terrenales. La tradición sustituiría la Escritura. La verdad de Dios y la realidad del ministerio de Cristo en el santuario celestial, serían sustituídas por sistemas de adoración terrenal.
¿Cuánto Tiempo Durará?
Daniel 8:13 dice:
“Entonces oí a un santo que hablaba; y otro de los santos preguntó a aquel que hablaba: ¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora entregando al santuario y el ejército para ser pisoteados?”.
¿Cuánto tiempo durará este sistema religioso, con sus hábitos y patrones de adoración terrenal, con sus ceremonias religiosas y sus leyes de origen humano? ¿Por cuánto tiempo más, la tradición oscurecería la verdad acerca del ministerio de Jesús como nuestro Sumo Sacerdote en el santuario celestial? La respuesta está en Daniel 8:14:
“Y dijo: hasta dos mil trecientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”.
¿Qué quiere decir, hasta dos mil trecientas tardes y mañanas y entonces el santuario será purificado? En este texto hay dos cosas que deben ser estudiadas hoy. Primero, hay un período de tiempo. “Dos mil trecientas tardes y mañanas”. Segundo, hay un evento. “El santuario será purificado”. Veamos primero el tiempo y después el evento. Daniel 8:16-17 dice:
“Y oí una voz de hombre entre las riberas del Ulai, que gritó y dijo: Gabriel, enseña a éste la visión. Vino luego cerca de donde yo estaba; y con su venida me asombré, y me postré sobre mi rostro. Pero él me dijo: entiende, hijo de hombre, porque la visión es para el tiempo del fin”.
¡Un momento! ¿Está hablando esta visión acerca del tiempo del fin? Bueno, una cosa debe tenerse en cuenta, que Daniel 7, no está hablando acerca del santuario terrenal, sino del celestial. Esto se puede probar con el versículo 17.
De acuerdo a lo estudiado, el templo terrenal fue destruído por Tito y por el ejército romano en el año 70 d.C. El único santuario que permanecería hasta el fin, es el santuario celestial. Entonces la visión se aplica al tiempo del fin. Al tiempo cuando la verdad de Dios sea desafiada. Al tiempo cuando el sistema religioso terrenal oscurezca la hermosura de la verdad del sacerdocio mediatorio de Cristo en el santuario celestial. Al tiempo cuando Satanás intente oscurecer el significado de la obra especial del juicio que Cristo hará en el santuario celestial. Al tiempo cuando Cristo esté delante del Padre presentando su sangre en favor de los pecadores arrepentidos.
Hablando de ese día del juicio, este es el tiempo cuando el pueblo de Dios debería sentir un profundo arrepentimiento y deseo de confesar sus pecados. La verdad sobre el santuario celestial, revela que Cristo es el verdadero Sacerdote de los hombres. Y que está ansioso de impartir perdón al pecador, y de impartir poder para vencer al pecado.
El Antiguo Testamento enseña, que de la misma forma en que eran cortados del campamento de Israel, aquellos que no se arrepentían y confesaban su pecado, serán cortados también del plan de salvación aquellos que permanezcan en el pecado cuando la obra mediadora de Cristo sea completada. Daniel 8:19 dice:
“Y dijo: he aquí yo te enseñaré lo que ha de venir al fin de la ira; porque eso es para el tiempo del fin”.
Entonces los 2.300 días de Daniel 8:14, nos llevan al tiempo del fin. Al tiempo cuando la corte celestial se siente para realizar su sesión. Al tiempo cuando la mente de los hombres estén dirigidas hacia Jesús, que estará en el santuario celestial. Al tiempo cuando Dios esté listo para invitar a hombres y mujeres a entrar con él en una experiencia especial de arrepentimiento y perdón de los pecados.
El Principio de Día por Año.Es obvio que los dos mil y trecientos días que empezaron en los días de Daniel, no lleguen hasta nuestros días. Y mucho menos hasta el tiempo del fin. Pues, 2.300 días son solamente siete años. ¿Dónde encontramos la clave para entender el valor profético de los 2.300 días? Primeramente voy a hacer una pregunta. ¿Has visto un mapa que tiene una escala en kilómetros al pie de la página? Puede ser que diga, un centímetro es igual a 25 kilómetros o a 50 kilómetros. En la Biblia hay una medida profética que se aplica a las profecías de Daniel y Apocalipsis. Ver Números 14:34:
“Conforme al número de los días, de los cuarenta días en que reconocísteis la tierra, llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años, un año por cada día y conoceréis mi castigo”.
Este texto dice: “Un día equivae a un año”. En unión de otros textos, Números 14 muestra que en profecías bíblicas, un día es igual a un año. Dios dijo a Israel, por cada día que tú estuvísteis enviando personas para reconocer la tierra, en vez de ir a conquistarla, y por tu falta de fe, estarás vagando por el desierto un año por cada día. Esta medida profética se aplica también a las profecías de Daniel y Apocalipsis. Esto no quiere decir que cada vez que se lea en la Biblia, la palabra “día” (como en la semana de la creación) equivale a un año. Pero, en la secuencia del tiempo profético de Daniel y Apocalipsis, un día equivale a un año literal.
Teniendo como base lo anteriormente dicho, damos por sentado que el período de los 2.300 días, que tiene su principio en alguna fecha del Antiguo Testamento, se extenderá hasta el tiempo en que el santuario sea puruficado.
El Santuario Terrenal.
¿Qué significa la purificación dl santuario? En tiempos del Israel antiguo, Dios dijo a los israelitas en Exodo 25:8: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos”. La Biblia habla de dos santuario, uno en la tierra y otro en el cielo. El santuario terrenal fue hecho de acuerdo al modelo del santuario celestial. El santuario terrenal fue hecho para revelar el plan de la salvación. Este santuario tenía dos servicios: uno, llamado servicio diario, y otro llamado servicio anual. El diario tenía como propósito, proveer el perdón del pecador que se arrepentía. El servicio anual era un servicio especial que se hacía en cierta fecha del año, llamada “día de la expiación”. Si entendemos acerca del día de la expiación del santuario terrenal, podremos entender acerca del día de la expiación del santuario celestial, y también de los 2.300 días que llegan hasta el tiempo del fin. Veamos pues algo acerca del santuario terrenal y del día de la expiación.
Dios dio a Moisés las siguientes instrucciones en Exodo 25:8 y Exodo 25:40:
“Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos”.
“Mira y hazlo conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte”.
El santuario terrenal estaba dividido en tres partes. El altar de la ofrenda del sacrificio y le fuente estaban en el atrio. Este era el lugar donde el pecador sacrificaba la víctima, luego el sacerdote lavaba sus manos en la fuente y rociaba la sangre en el velo del tabernáculo. El tabernáculo estaba dividido en dos partes: el Lugar Santo
y el Lugar Santísimo. En el Lugar Santo estaban: la mesa de los panes, el altar del incienso y el candelero. En el Lugar Santísimo estaba el arca del pacto que tenía la ley de Dios. El Lugar Santo estaba separado del Lugar Santísimo por un velo. Era en este velo donde el sacerdote rociaba la sangre de la víctima. Otra cosa que hacía el sacerdote, era poner sangre en los cuernos del altar del incienso. Pero el pecador era perdonado solamente cuando la sangre era rociada frente al velo. La sangre era rociada frente al velo, porque detrás estaba el arca que tenía la ley de Dios. Lo que se quiere enseñar a través de este servicio del santuario terrenal, es que el pecador podía ser perdonado solamente por medio del sacrificio de un cordero y de la sangre rociada frente al velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Es decir, que el pecador era perdonado por la fe que ejercía en el cordero que simbolizaba al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Pablo dice en Hebreos 10:22, “Sin derramamiento de sangre, no hay remisión de pecado”. Entonces, la fe era necesaria, pero era necesario también sacrificar el cordero.
Veamos por un momento el servicio del santuario terrenal. Suponga usted que una persona ha pecado. Reconoce que ha pecado y sabe que merece la muerte. Está conciente que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Sabe que no hay ninguna forma de poder rehacer su vida a la vida anterior, antes de pecar. Sabe que la Biblia enseña que el “pecado es la transgresión de la ley” (1 Juan 3:4). Por consecuencia, su pecado ha sido una desobediencia o rebelión contra la ley de Dios. Y si todo el que transgrede la ley debe morir, pues él debe morir.
Esta es una persona que tiene una gran carga de pecado. ¿Hay alguien en nuestra sociedad que tiene una gran carga de culpabilidad sobre su conciencia? Es posible que haya alguien aquí esta noche. Alguien que ha pecado, y el peso de ese pecado está golpeando su vida. Sabe usted que las oficinas de los psiquiatras, en muchas partes del mundo, están atestadas de personas que tienen grandes cargas de culpabilidad. Personas que se sienten culpables y buscan la forma de como escapar de esa culpabilidad.
Volviendo otra vez al santuario, hemos visto que era necesario que el pecador trajera un cordero. Es decir, cuando una persona estaba cargada de culpabilidad, y una nube deprimía su ser, se sentía privado de toda esperanza, pues sabía que tenía que morir. Ahora, aquí estaba su oportunidad. La provisión estaba a su alcance. El ha decidido libertarse de ese pecado. Ahora lo podemos ver trayendo un cordero sin mancha. Se aproxima hacia la puerta del atrio. Pone sus manos sobre la víctima. Confiesa su pecado. La sangre es rociada frente al velo, y la carga del pecador es quitada. Ver Levítico 1:3:
“Si su ofrenda fuese holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová”.
¿Por qué tenía que ser un sacrificio sin mancha? Porque este cordero representaba a Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto. Una cosa debe notarse; nadie obligaba al pecador a traer el cordero. El lo traía por su propia voluntad. Pero, ¿por qué debía poner sus manos sobre la cabeza de la víctima? La enseñanza bíblica es: “Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya” (Levítico 1:4). ¿Puedes imaginarte a esta persona? Está cargada de culpabilidad. Pero ahora camina hacia el santuario. Lleva su ofrenda con él. Pone su mano sobre la cabeza del sacrificio y dice: “Señor, he pecado, sé que merezco la muerte. Pero, Señor, Tú has dicho que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado. Señor, yo trigo mi ofrenda conmigo, vengo a confesar mi pecado. Cuando el pecado es confesado, este es transferido del pecador al cordero. El cordero es crucificado por el pecador. La sangre del cordero (simbólicamente) limpia al pecador. El cordero es aceptado en lugar del pecador. El inocente muere en lugar del culpable. El cordero da su vida para que el pecador tenga vida.
El sacerdote lleva la sangre del animal y la rocia frente al velo que divide al Lugar Santo del Lugar Santísimo; exactamente frente al lugar donde está la ley que había sido quebrantada por el opecador. La sangre del cordero señala a Cristo quien sería el sacrificio por los pecados de todos los hombres. Ahora el pecado ha sido transferido del pecador al cordero, y del cordero al santuario. El pecador está libre. La carga ha sido quiatad y no siente que es un pecador que está condenado.
Un Símbolo para Nosotros.Si hay alguien aquí que se siente cansado por la culpabilidad de su pecado, y siente que está condenado, yo tengo buenas nuevas para esa persona. Esa culpabilidad puede ser removida. Esa carga puede ser quitada. Lo único que hay que hacer es tomar un sustituto y venir, y ese sustituto (cerodero) llevará tus pecados y tu carga. Todo lo que se hacía en el santuario terrenal, ha sido hecho para mostrar la hermosura del plan de la salvación. Juan el bautista dijo en Juan 1:29 “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.
Cuando Cristo vino a esta tierra, Juan Bautista dijo: “He aquí el Cordero de Dios”. Cristo, el Cordero de Dios, el Cordero sin mancha. Vivió en esta tierra una vida sin pecado, y murió la muerte que Él no merecía morir. Ese Cordero sin mancha, es mi Cordero. Es tu Cordero. Es nuestro sustituto. Al venir hacia él, en mi imaginación, y postrarme ante Él, veo al Cordero sin mancha. Veo al Cristo sin pecado. El Cordero perfecto muriendo en mi lugar. Siento que no son los clavos los que le están matando, no es la corona de espinas, ni la espada que hiere su costado, sino mis pecados. Y al salir la sangre de su costado, siento que esa sangre limpia mis pecados. “Siento que no hay más condenación para los que están en Cristo Jesús”. Ahora la culpa ha sido quitada y estoy libre de esa carga.
Es posible que haya alguien aquí que ha llevado esa carga por muchos años, pero en este momento siente que esa carga puede ser transferida al sustituto, al Cordero, a Cristo.
Hace poco tiempo, vino una dama a ver a un consejero. Esta dama había dejado a su esposo para irse con otro hombre. El consejero, después de hablar con ella, le pidió que le dijera la causa de su culpabilidad. Entonces ella le dijo: “Mi vida está como una vasija de barro que es arrojada al piso y hecha mil pedazos. ¿Cómo puedo juntar todos esos pedazos para poderla unir otra vez?”. esta dama estaba cargada de culpabilidad, su vida estaba destruída. Vivía una vida sin paz. Caminaba como una extranjera, sin Dios. Buscaba la solución de su problema, sin esperanza de poderla encontrar. Entonces el consejero leyó 1 Juan 1:9:
“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados”.
El compartió con ella la belleza de la enseñanza que encierra el servicio del santuario terrenal, donde el pecador venía cargado de pecado, pero llegaba al lugar donde podía confesar su pecado, donde su pecado era transferido al cordero. El cordero era matado y su sangre era rociada frente al velo. Luego sus pecados eran perdonados. Estaba libre de la carga, porque el cordero había llevado su carga. Ahora estaba libre, estaba limpia. La dama había encontrado la forma de libertarse de su culpabilidad. Ahora podía rehacer su vida. Su pecado podía ser perdonado. Su vida podía ser cambiada, y podía iniciar una nueva vida. Por supuesto, habían varias cosas que debían hacerse, antes de iniciar esa nueva vida. Pero ahora sabía que había esperanza.
Es posible que alguien aquí esté pasando una situación como la de esa dama, y hoy decide vivir una nueva vida. Quiere vivir una vida correcta. Bueno, una cosa que todo pecador debe hacer es confesar sus pecados. Es decir, transferir sus pecados al sustituto. Transferir sus pecados a Jesús, y Él con Su sangre limpiará tu pecado, y serás limpio, porque tu pecado ha sido perdonado. Pero eso no es todo. Lo más maravilloso es que tú eres aceptado por el Padre como una persona que nunca ha pecado.
El Día de la Expiación.En el servicio diario, el pecado era transferido del pecador al sustituto y luego al santuario. Pero una vez al año se celebraba una fiesta (servicio) que se llamaba “el día de la expiación”. En esta fecha todo Israel se reunía en ese lugar. Todo el año los pecados habían sido confesados y transferidos al tabernáculo. Así, en forma simbólica, el santuario estaba contaminado. Por esta razón, era necesario, que una vez al año, el santuario fuera purificado. Levítico 16:7-11 presenta una descripción de ese día:
“Después tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel. Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y lo ofrecerá en expiación. Mas el macho cabrío por el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto. Y hará traer Aarón el becerro que era para expiación suya, y hará la reconciliación por sí y por su casa, y degollará en expiación el becerro que es suyo”.
En el día de la expiación no se hacía ningún trabajo. Este era un día de ayuno y oración. En ese día se traían dos machos cabríos; uno, llamado para Jehová. Otro, para Azazel. El macho cabrío para Jehová era degollado. No se confesaba ningún pecado sobre él. El sumo sacerdote tomaba la sangre y la llevaba dentro del santuario y al aproximarse al lugar donde estaba la ley de Dios, en el Lugar Santísimo, rociaba con ella en el lugar donde simbólicamente estaba la misericordia de Dios. Este era el principio de la expiación. Después limpiaba también el Lugar Santo y posteriormente el atrio. Simbólicamente el sacerdote había estado llevando los pecados que habían sido confesados durante todo el año. Ahora en forma simbólica los saca del santuario y los pone sobre el macho cabrío que representa a Azazel. Luego éste es llevado al desierto para morir. Después de toda esta ceremonia, Israel estaba limpio de todos los pecados cometidos durante todo el año. Ahora, era el comienzo de una nueva vida.
El servicio que se realizaba en el santuario, encerraba dos puntos importantes para el pueblo de Israel. Primero, era un día en el cual el pueblo participaba (Levítico 16:29, 33). Segundo, en ese día no había un solo israelita que fuese sólo un observador. Levítico 16:29-30 dice:
“Y esto tendréis por esatuto perpetuo: en el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros. Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová”.
En el día de la expiación, Israel se reunía en el santuario, no sólo para confesar sus pecados, sino para estar seguro que todas las cosas estaban en armonía entre él y su Dios. En ese día, los israelitas confesaban sus pecados y buscaban una armonía más cercana con Dios.
El día de la expiación era también un día de juicio. Cualquiera que no participaba en esa ceremonia, era cortado del pueblo de Israel. Así, indiscutiblemente, éste era también un día de juicio.
Poniendo Todo en Armonía.
Pongamos todo el concepto estudiado, en el libro de Daniel. Después de ver en Daniel 7, el levantamiento y caída de los imperios, la división del imperio romano, la perversión de la verdad, por el cuerno pequeño, y el poder que va a establecer sus principios en contra de los principios de Dios, llegamos al tiempo del juicio. Ver Daniel 7:9-10:
“Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos”.
Daniel 7, después de presentar el levantamiento y caída de los imperios, presenta un juicio celestial. Daniel 8, después de presentar la forma en que el cuerno pequeño desafía la verdad, presenta un día de expiación en el santuario celestial. Ya se ha visto que una fase del servicio del día de la expiación en el santuario terrenal, era un juicio. Entonces al venir a Daniel 8, y en comparación con el servicio del santuario terrenal, encontramos un día de expiación, pero no el terrenal, sino en el santuario celestial. Esto es lo que el profeta quiere decir en Daniel 8:1.
Siendo que la Biblia habla de dos santuarios: uno terrenal y otro celestial, ¿de cuál santuario está hablando Daniel? ¿Está hablando del santuario terrenal o del celestial? Siendo que existirá sólo un santuario para el tiempo del fin, es lógico pensar que Daniel 8 se refiere al santuario celestial.
Partiendo desde el primer imperio, y continuando a través del levantamiento y caída de ellos, siguiendo con la división del imperio romano, con el poder del cuerno pequeño, que sustituye la verdad por la tradición. El cuerno que echa por tierra la verdad de Dios, que intenta cambiar la ley de Dios, que persigue al pueblo de Dios y que oscurece el sistema de adoración celestial. Llegamos a un momento cuando el pueblo de Dios volverá su vista otra vez hacia el santuario celestial, hacia los 2.300 años, hacia Jesús como su Sumo Sacerdote, hacia el momento cuando Jesús pasa del Lugar Santo al Lugar Santísimo. Pero, antes que esto llegue a su final, él invita a su pueblo a separarse de los sistemas tradicionales que han quitado de su mente lo que la palabra de Dios enseña acerca del santuario celestial. Siendo que estamos viviendo en ese tiempo final, él nos invita a que nos arrepintamos de nuestros pecados y los confesemos. El tiempo del juicio del santuario celestial, ha llegado ya. Pronto llegará el día cuando los pecados tendrán que ser puestos sobre Lucifer, y enviado para que sea destruído con todos los malos. Esto será el final del juicio. Pero este día no será solamente de destrucción y muerte. Este día será también un día de gozo, un día de alegría para los que hayan de ser redimidos.
Todavia no havemos concluído:La próxima semana estudiaremos como se realizará este juicio en el santuario celestial. Al entrar en Daniel 9, vamos a estudiar también la profecía de los 2.300 años. Enfocaremos nuestra atención en una de las profecías más sorprendentes, que señala el bautismo y la muerte de Jesús. Y que predice también la fecha cuando el evangelio dejaría de ser específicamente para los judíos y sería llevado a los gentiles. Y finalmente el comienzo de la iglesia del Nuevo Testamento. Además, esta profecía predice claramente la fecha de la apertura de ese juicio y la expiación del santuario celestial.
Apelación:Amigo, en este momento quiero que considere dos cosas. Primero, que Cristo es considerado en el Antiguo Testamento, como el Cordero que muere y como el Sacerdote que vive. Hay alguien aquí que está cargado de la culpa del pecado? ¿Hay alguien que siente que está separado de Dios? Cristo, el Cordero que muere, puede proveer para ti un completo perdón. El conoce lo profundo de tu corazón. Sabe que tienes una necesidad. Por eso, es que puede proveer todo lo que necesitas, puede además, proveer una completa aceptación ante el Padre. Si tus pecados han sido acumulados, en este momento todos ellos pueden ser perdonados. Por qué no le dice hoy, “Padre, sé que no hay otra manera en que pueda purgar mis pecados, sé que no hay otra forma en que yo pueda hacer sacrificio por mí mismo, por eso vengo esta noche hacia ti. Quiero confesarte mis pecados. Señor, creo que tú puedes perdonarme”. Amigo, esta noche, Él no es solamente un cordero que muere. No es sólo un cordero cuya sangre cubre tus pecados. Esta noche Él es también, un Sacerdote viviente, que siente tu dolor, que escucha tu petición, que ve cuando avanzas hacia el santuario para confesar tu pecado. Amigo, por qué no le dices, “Señor, en esta hora, no quiero que haya alguna cosa que se interponga entre tu y yo. Te rindo mi temperamento. Te rindo mis pensamientos impuros. Rindo delante de ti, mis deseos deshonestos, mi lengua mentirosa y mis deseos por las cosas mundanas. Reconozco que Tú eres mi sacerdote, por eso, te rindo todo en esta hora”.
Hay alguien en esta hora, que levantando su mano, quiere decir al Señor, “Señor, quiero entregarte mi vida. Quiero aceptar la oferta del perdón de mis pecados. Quiero aceptar esa oferta de ser libre de mi culpabilidad. Quiero ser tu hijo. Señor, vengo a ti en esta hora, confesando todos mis pecados. Quiero que vengas a mi vida y la cambies”. ¿Hay alguien en esta hora que siente lo que hemos dicho, y quiere levantar su mano? Sí, hay alguien. El Señor ve vuestras manos, y Él os va a perdonar. Que Dios os bendiga...

quinta-feira, 18 de dezembro de 2008

PROFETA, SACERDOTE Y REY

En la revelación de Cristo el Salvador, éste se nos manifiesta en sus tres oficios: profeta, sacerdote y rey.

En los días de Moisés, se escribió de Cristo en tanto que profeta: "Les suscitaré un Profeta de entre sus hermanos, como tú, y pondré mis palabras en su boca. Y él les hablará todo lo que yo le mande. Y al que no escuche mis palabras que ese Profeta hable en mi Nombre, yo le pediré cuenta". (Deut. 18:18 y 19). Esta idea sigue presente a lo largo de las Escrituras, hasta su venida.
En tanto que sacerdote, en los días de David se escribió de Cristo: "Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melchisedech" (Sal. 110:4). Esa idea continúa asimismo presente en las Escrituras, no solamente hasta su venida, sino hasta después de ella.

Y de Cristo en tanto que rey, se escribió en tiempos de David: "Yo empero he puesto [ungido] mi rey sobre Sión, monte de mi santidad" (Sal. 2:6). Y esa noción perduró igualmente en las Escrituras posteriores, hasta su venida, después de ella, y hasta el mismo fin del sagrado Libro.
De manera que las Escrituras presentan claramente a Cristo en los tres oficios: profeta, sacerdote y rey.

Esta triple verdad es ampliamente reconocida por todos cuantos están familiarizados con las Escrituras; pero en relación con ella, hay una verdad que no resulta ser tan bien conocida: que Cristo no es las tres cosas a la vez. Los tres oficios son sucesivos. Primeramente es profeta, después es sacerdote, y luego rey.

Fue "el profeta" cuando vino al mundo como maestro enviado por Dios, el Verbo hecho carne y morando entre nosotros, "lleno de gracia y de verdad" (Hech. 3:19-23). Pero entonces no era sacerdote, ni lo hubiera sido de haber permanecido en la tierra, ya que está escrito: "si estuviese sobre la tierra, ni aun sería sacerdote" (Heb. 8:4). Pero habiendo terminado la labor en su obra profética sobre la tierra, y habiendo ascendido al cielo a la diestra del trono de Dios, es ahora y allí nuestro "sumo sacerdote", quien está "viviendo siempre para interceder por ellos [nosotros]", y leemos: "él edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y será sacerdote en su solio; y consejo de paz será entre ambos a dos" (Zac. 6:12 y 13).

De igual manera que no era sacerdote mientras estaba en la tierra como profeta, ahora tampoco es rey en el cielo a la vez que sacerdote. Es cierto que reina, en el sentido y en el hecho de que está sentado en el trono del Padre, siendo así el sacerdote real y el rey sacerdotal según el orden de Melchisedech, quien, aunque sacerdote del Dios Altísimo, era también rey de Salem, o sea, rey de paz (Heb. 7:1 y 2). Pero ése no es el oficio de rey ni el trono al que se refiere y contempla la profecía y la promesa, cuando hace mención de su función específica de rey.

La función específica de rey a que hacen referencia la profecía y la promesa, consiste en que él reinará sobre "el trono de David su padre", perpetuando el reino de Dios en la tierra. Ese oficio real es la restauración de la perpetuidad de la diadema, corona y trono de David, en Cristo. La diadema, corona y trono de David fueron interrumpidos cuando, a causa de la profanación y maldad del pueblo de Judá e Israel, éstos fueron llevados cautivos a Babilonia, momento en el que se hizo la declaración: "Y tú, profano e impío príncipe de Israel, cuyo día vino en el tiempo de la consumación de la maldad; así ha dicho el Señor Jehová: Depón la tiara, quita la corona: ésta no será más ésta: al bajo alzaré, y al alto abatiré. Del revés, del revés, del revés la tornaré; y no será ésta más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y se la entregaré" (Eze. 21:25-27).
De esa forma y en ese tiempo, el trono, corona y diadema del reino de David, quedaron interrumpidos "hasta que venga aquel cuyo es el derecho", momento en el que le serán entregados. Y Aquel que posee el derecho no es otro que Cristo, "el hijo de David". Y ese "hasta que venga", no es su primera venida, en su humillación, como varón de dolores, experimentado en quebranto; sino su segunda venida, cuando venga en su gloria como "Rey de reyes y Señor de señores", cuando su reino desmenuce y consuma todos los reinos de la tierra, ocupe ésta en su totalidad, y permanezca para siempre.

Es cierto que cuando el bebé de Belén nació al mundo, nos nació un rey, y fue y ha sido ya rey para siempre, y por derecho propio. Pero es igualmente cierto que ese oficio real, diadema, corona y trono de la profecía y de la promesa, no los tomó entonces, ni los ha tomado todavía, ni los tomará hasta que venga otra vez. Será entonces cuando tome sobre sí mismo el poder en la tierra, y reinará plena y verdaderamente en todo el esplendor de su gloria y función regia. Porque en las Escrituras se especifica que después que "el Juez se sentó, y los libros se abrieron", "he aquí... como un hijo de hombre que venía, y llegó hasta el Anciano de grande edad... y fuéle dado señorío, y gloria, y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su señorío, señorío eterno, que no será transitorio, y su reino que no se corromperá" (Dan. 7:13 y 14). Es entonces cuando poseerá verdaderamente "el trono de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre; y de su reino no habrá fin" (Luc. 1:32 y 33).

Resulta pues evidente por la consideración de las Escrituras -de la promesa y de la profecía- en relación con sus tres oficios de profeta, sacerdote y rey, que se trata de oficios sucesivos. No son simultáneos, no ocurren al mismo tiempo. Ni siquiera dos de los tres. Primeramente vino como profeta. Actualmente es el sacerdote. Y será el rey cuando regrese. Terminó su obra como profeta antes de ser sacerdote, y terminará su obra como sacerdote antes de venir como rey.
Y debemos considerarlo precisamente de la forma en que fue, es y será.

Dicho de otro modo: cuando estuvo en el mundo en tanto que profeta, así es como se lo debía considerar. Así es también como debemos contemplarlo nosotros en aquel período. En aquel momento no debían -ni debemos- considerarlo como sacerdote. No como sacerdote durante ese período, por la sencilla razón de que no era sacerdote mientras estuvo en la tierra.

Pero pasada esa fase, se hizo sacerdote. Es lo que ahora es. Es tan ciertamente sacerdote en la actualidad, como fue profeta cuando estuvo en la tierra. Y en su oficio y obra de sacerdote debemos considerarlo tan ciertamente, tan cuidadosa y continuamente en tanto que tal sacerdote, como debían y debemos considerarlo en su oficio de profeta mientras estuvo en la tierra.

Cuando vuelva de nuevo en su gloria y en la majestad de su reino en el trono de David su padre, entonces lo consideraremos como rey, que es lo que en toda justicia será. Pero no es hasta entonces cuando podremos considerarle verdaderamente en su oficio real, en el pleno sentido de lo que implica su realeza.

En tanto que rey, podemos hoy contemplarlo solamente como aquello que va a ser. En tanto que profeta, como lo que ya fue. Pero en su sacerdocio, debemos hoy considerarlo como lo que es ahora, ya que eso es exactamente lo que es. Es el único oficio en el que se manifiesta actualmente; y es ese precisamente, y no otro, el oficio en el que podemos considerar su obra y persona.

No es simplemente que esos tres oficios de profeta, sacerdote y rey sean sucesivos, sino que además lo son con un propósito. Y con un propósito vinculado a ese preciso orden de sucesión en que se dan: profeta, sacerdote y rey. Su función como profeta fue preparatoria y esencial para su función como sacerdote. Y sus funciones de profeta y sacerdote, en ese orden, son preparatorias para su función de rey.

Es esencial que lo consideremos en sus oficios por el debido orden.
Debemos contemplarlo en su papel de profeta, no solamente a fin de poder aprender de quien se dijo: "nunca ha hablado hombre así como este hombre", sino también para que podamos comprenderlo adecuadamente en su oficio de sacerdote.

Y debemos considerarlo en su oficio de sacerdote, no solamente para que podamos recibir el infinito beneficio de su sacerdocio, sino también a fin de estar preparados para lo que hemos de ser. Porque está escrito: "serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años" (Apoc. 20:6).

Y habiéndolo considerado en su oficio de profeta en preparación para considerarlo apropiadamente en su oficio de sacerdote, es esencial que lo consideremos en su oficio de sacerdote a fin de estar capacitados para apreciarlo como rey; esto es, para poder estar allí, reinando con él. Se afirma de nosotros: "tomarán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, y hasta el siglo de los siglos", y "y reinarán para siempre jamás" (Dan. 7:18; Apoc. 22:5).

Dado que el sacerdocio es precisamente el oficio y obra de Cristo, y que desde su ascensión al cielo ha venido siendo así, Cristo en su sacerdocio es el supremo motivo de estudio para todos, especialmente para los cristianos.

UN SACERDOTE TAL

"Así que, la suma acerca de lo dicho es: Tenemos tal pontífice que se asentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos; Ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre" (Heb. 8:1 y 2).

Esta es "la suma" o esencia del sumo sacerdocio de Cristo, tal como presentan los primeros siete capítulos de Hebreos. Dicha "suma" o conclusión no es simplemente el hecho de que tengamos un sumo sacerdote, sino específicamente que tenemos un tal sumo sacerdote. "Tal" significa "de cierta clase o tipo", "de unas características tales", "que es como se ha mencionado o especificado previamente, no diferente o de otro tipo".

Es decir, en lo que precede (los primeros siete capítulos de la epístola a los Hebreos) debe haber especificado ciertas cosas en relación con Cristo en tanto que sumo sacerdote, ciertas calificaciones por las que fue constituido sumo sacerdote, o ciertas cosas que le conciernen como sumo sacerdote, que quedan asumidas en esta afirmación: "Así que, la suma acerca de lo dicho es: Tenemos un tal sumo sacerdote".

Para comprender esta escritura, para captar el verdadero alcance e implicaciones de tener "un sumo sacerdote tal", es pues necesario examinar las partes anteriores de la epístola. La totalidad del capítulo séptimo está dedicada al estudio de ese sacerdocio. El capítulo sexto concluye con la idea de su sacerdocio. El quinto está dedicado casi íntegramente a lo mismo. El cuarto termina con él; y el cuarto capítulo no es sino una continuación del tercero, que empieza con una exhortación a "considerar el Apóstol y Pontífice [sumo sacerdote] de nuestra profesión, Cristo Jesús". Y eso, como conclusión de lo que se ha expuesto con anterioridad. El segundo capítulo termina con la idea de Cristo en tanto que "misericordioso y fiel Pontífice", y una vez más, también a modo de conclusión de cuanto lo ha precedido en los primeros dos capítulos, ya que aunque haya dos capítulos, el tema es el mismo.

Lo comentado muestra claramente que por sobre cualquier otro, el gran tema de los primeros siete capítulos de Hebreos es el sacerdocio de Cristo; y que las verdades allí enunciadas, sea en una u otra forma, no son más que diferentes presentaciones de la misma gran verdad de su sacerdocio, resumido todo ello en las palabras: "tenemos tal pontífice".

Por lo tanto, habiendo descubierto la verdadera importancia y trascendencia de la expresión "tenemos tal pontífice", lo que procede es comenzar desde el mismo principio, desde las primeras palabras del libro de Hebreos, y mantener presente la idea hasta llegar a "la suma acerca de lo dicho", fijando siempre la atención en que el pensamiento central de todo cuanto se presenta es "tal pontífice", y que en todo cuanto se dice, el gran propósito es mostrar a la humanidad que "tenemos un sumo sacerdote tal". Por plenas y ricas que puedan ser las verdades en sí mismas en relación con Cristo, hay que mantener siempre en la mente que esas verdades allí expresadas tienen por objetivo final el mostrar que "tenemos tal pontífice". Y estudiando esas verdades tal como se nos presentan en la epístola, deben considerarse como subordinadas o tributarias a la gran verdad que se define como "la suma acerca de lo dicho": que "tenemos tal pontífice".

En el segundo capítulo de Hebreos, como conclusión del argumento presentado, leemos: "Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel pontífice en lo que es para con Dios". Aquí se establece que la condescendencia de Cristo, el hacerse semejante a la humanidad, el ser hecho carne y sangre y morar entre los hombres, fueron necesarios a fin de poder "venir a ser misericordioso y fiel pontífice". Ahora bien, para poder apreciar la magnitud de su condescendencia y cuál es el significado real de su estar en la carne, como hijo de hombre y como hombre, es necesario primeramente saber cuál fue la magnitud de su exaltación como hijo de Dios y como Dios, y ese es el tema del primer capítulo.

La condescendencia de Cristo, su posición y su naturaleza al ser hecho carne en esta tierra, nos son reveladas en el segundo capítulo de Hebreos más plenamente que en cualquier otra parte de las Escrituras. Pero eso sucede en el segundo capítulo. El primero le precede. Por lo tanto, la verdad o tema del capítulo primero, es imprescindiblemente necesaria para el segundo. Debe comprenderse plenamente el primer capítulo para poder captar la verdad y concepto expuestos en el segundo.

En el primer capítulo de Hebreos, la exaltación, la posición y la naturaleza de Cristo tal cuales eran en el cielo, antes de que viniese al mundo, nos son dadas con mayor plenitud que en cualquier otra parte de la Biblia. De lo anterior se deduce que la comprensión de la posición y la naturaleza de Cristo tal como eran en el cielo, resulta esencial para comprender su posición y naturaleza tal como fue en la tierra. Y puesto que "debía ser en todo" tal cual fue en la tierra, "para venir a ser misericordioso y fiel pontífice", es esencial conocerlo tal cual fue en el cielo. Esto es así ya que una cosa precede a la otra, constituyendo, por lo tanto, parte esencial de la evidencia que resume la expresión "tenemos tal sumo sacerdote".

CRISTO : DIOS

¿Cuál es, pues, la consideración con respecto a Cristo, en el primer capítulo de Hebreos?
Primeramente se presenta a "Dios" el Padre como quien habla al hombre. Como Aquel que habló "en otro tiempo a los padres, por los profetas", y como el que "en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo".

Así nos es presentado Cristo, el Hijo de Dios. Luego se dice de Cristo y del Padre: "al cual [el Padre] constituyó heredero de todo, por el cual [el Padre, por medio de Cristo] asimismo hizo el universo". Así, previamente a su presentación, y a nuestra consideración como sumo sacerdote, Cristo el Hijo de Dios se nos presenta siendo con Dios el creador, y como el Verbo o Palabra activa y vivificante: "por el cual, asimismo, hizo el universo".

A continuación, del propio Hijo de Dios, leemos: "el cual, siendo el resplandor de su gloria [la de Dios], y la misma imagen de su sustancia [la sustancia de Dios], y sustentando todas las cosas con la palabra de su potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas".

La conclusión es que en el cielo, la naturaleza de Cristo era la naturaleza de Dios. Que él, en su persona, en su sustancia, es la misma imagen, el mismo carácter de la sustancia de Dios. Equivale a decir que en el cielo, de la forma en que existía antes de venir a este mundo, la naturaleza de Cristo era la naturaleza de Dios en su misma sustancia.

Por tanto, se dice de él posteriormente que "hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto alcanzó por herencia más excelente nombre que ellos". Ese nombre más excelente es el nombre "Dios", que en el versículo octavo el Padre da al Hijo: "(mas al Hijo): tu trono, oh Dios, por el siglo de siglo".

Así, es tanto mas excelente que los ángeles, cuanto lo es Dios en comparación con ellos. Y es por eso que él tiene más excelente nombre. Nombre que no expresa otra cosa que lo que él es, en su misma naturaleza.

Y ese nombre lo tiene "por herencia". No es un nombre que le sea otorgado, sino que lo hereda.
Está en la naturaleza de las cosas, como verdad eterna, que el único nombre que una persona puede heredar es el nombre de su padre. Ese nombre de Cristo, ese que es más excelente que los ángeles, no es otro que el de su Padre, y el nombre de su Padre es Dios. El nombre del Hijo, por lo tanto, el que le pertenece por herencia, es Dios. Y ese nombre, que es más excelente que el de los ángeles, le es apropiado, ya que él es "tanto más excelente que los ángeles". Ese nombre es Dios, y es "tanto más excelente que los ángeles" como lo es Dios con respecto a ellos.

A continuación se pasa a considerar su posición y naturaleza, tanto más excelente que la de los ángeles: "Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, hoy yo te he engendrado? Y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí Hijo?" Eso abunda en el concepto referido en el versículo anterior, a propósito de su nombre más excelente; ya que él, siendo el Hijo de Dios -siendo Dios su Padre- lleva "por herencia" el nombre de su Padre, que es Dios: y en cuanto que sea tanto más excelente que el nombre de los ángeles, lo es en la medida en que Dios lo es más que ellos.

Se insiste todavía más, en términos como estos: "Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en la tierra, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios". Así, es tanto más excelente que los ángeles cuanto que es adorado por ellos, y esto último, por expresa voluntad divina, debido a que en su naturaleza, él es Dios.

Nuevamente se abunda en el marcado contraste entre Cristo y los ángeles: "Y ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llama de fuego. Mas al Hijo: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo".

Y continúa: "Vara de equidad la vara de tu reino; has amado la justicia y aborrecido la maldad; por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros".

Dice el Padre, hablando del Hijo: "Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obras de tus manos. Ellos perecerán, mas tú eres permanente; y todos ellos se envejecerán como una vestidura; y como un vestido los envolverás, y serán mudados; empero tú eres el mismo, y tus años no acabarán".

Nótense los contrastes, y entiéndase en ellos la naturaleza de Cristo. Los cielos perecerán, mas él permanece. Los cielos envejecerán, pero sus años no acabarán. Los cielos serán mudados, pero él es el mismo. Eso demuestra que él es Dios: de la naturaleza de Dios.

Aún más contrastes entre Cristo y los ángeles: "¿A cuál de los ángeles dijo jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? ¿No son todos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salud?"
Así, en el primer capítulo de Hebreos, se revela a Cristo como más exaltado que los ángeles, como Dios. Y como tanto más exaltado que los ángeles como lo es Dios, por la razón de que él es Dios.

Es presentado como Dios, del nombre de Dios, porque es de la naturaleza de Dios. Y su naturaleza es tan enteramente la de Dios, que es la misma imagen de la sustancia de Dios.
Tal es Cristo el Salvador, espíritu de espíritu, y sustancia de sustancia de Dios.
Y es esencial reconocer eso en el primer capítulo de Hebreos, a fin de comprender cuál es su naturaleza como hombre, en el segundo capítulo.

CRISTO: HOMBRE

La identidad de Cristo con Dios, tal como se nos presenta en el primer capítulo de Hebreos, no es sino una introducción que tiene por objeto establecer su identidad con el hombre, tal como se presenta en el segundo.

Su semejanza con Dios, expresada en el primer capítulo de Hebreos, es la única base para la verdadera comprensión de su semejanza con el hombre, tal como se presenta en el segundo capítulo.

Y esa semejanza con Dios, presentada en el primer capítulo de Hebreos, es semejanza, no en el sentido de una simple imagen o representación, sino que es semejanza en el sentido de ser realmente como él en la misma naturaleza, la "misma imagen de su sustancia", espíritu de espíritu, sustancia de sustancia de Dios.

Se nos presenta lo anterior como condición previa para que podamos comprender su semejanza con el hombre. Es decir: a partir de eso debemos comprender que su semejanza con el hombre no lo es simplemente en la forma, imagen o representación, sino en naturaleza, en la misma sustancia. De no ser así, todo el primer capítulo de Hebreos, con su detallada información, sería al respecto carente de significado y fuera de lugar.

¿Cuál es, pues, esta verdad de Cristo hecho en semejanza de hombre, según el segundo capítulo de Hebreos?

Manteniendo presente la idea principal del primer capítulo, y los primeros cuatro versículos del segundo -los que se refieren a Cristo en contraste con los ángeles: más exaltado que ellos, como Dios-, leemos el quinto versículo del segundo capítulo, donde comienza el contraste de Cristo con los ángeles: un poco menor que los ángeles, como hombre.

Así, leemos: "Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, del cual hablamos. Testificó empero uno en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él? ¿O el hijo del hombre, que lo visitas? Tú le hiciste un poco menor que los ángeles, coronástelo de gloria y de honra, y pusístele sobre las obras de tus manos; todas las cosas sujetaste debajo de sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; mas aún no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Empero vemos [a Jesús]".

Equivale a decir: Dios no ha puesto el mundo venidero en sujeción a los ángeles, sino que lo ha puesto en sujeción al hombre. Pero no el hombre al que originalmente se puso en sujeción, ya que aunque entonces fue así, hoy no vemos tal cosa. El hombre perdió su dominio, y en lugar de tener todas las cosas sujetas bajo sus pies, él mismo está ahora sujeto a la muerte. Y eso por la única razón de que está sujeto al pecado. "El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres, pues que todos pecaron" (Rom. 5:12). Está en sujeción a la muerte porque está en sujeción al pecado, ya que la muerte no es otra cosa que la paga del pecado.

Sin embargo, sigue siendo eternamente cierto que no sujetó el mundo venidero a los ángeles sino al hombre, y ahora Jesucristo es el hombre.

Es cierto que actualmente no vemos que las cosas estén sometidas al hombre. En verdad, se perdió el señorío sobre todas las cosas dadas a ese hombre particular. Sin embargo, "vemos... a aquel Jesús", como hombre, viniendo a recuperar el señorío primero. "Vemos... a aquel Jesús", como hombre, viniendo para "que todas las cosas le sean sujetas".

El hombre fue el primer Adán: ese otro Hombre es el postrer Adán. El primero fue hecho un poco menor que los ángeles. Al postrero –Jesús- lo vemos también "hecho un poco menor que los ángeles".

El primer hombre no permaneció en la situación en la que fue hecho -"menor que los ángeles"-. Perdió eso y descendió todavía más, quedando sujeto al pecado, y en ello sujeto a padecimiento; el padecimiento de muerte.

Y al postrer Adán lo vemos en el mismo lugar, en la misma condición: "...vemos... por el padecimiento de muerte, a aquel Jesús que es hecho un poco menor que los ángeles". Y "el que santifica y los santificados, DE UNO son todos".

El que santifica es Jesús. Los que son santificados son personas de todas las naciones, reinos, lenguas y pueblos. Y un hombre santificado, en una nación, reino, lengua o pueblo, constituye la demostración divina de que toda alma de esa nación, reino, lengua o pueblo, hubiese podido ser santificada. Y Jesús, habiéndose hecho uno de ellos para poder llevarlos a la gloria, demuestra que es juntamente uno con la humanidad. Él como hombre, y los hombres mismos, "de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos".

Por lo tanto, de igual forma que en el cielo, como Dios, era más exaltado que los ángeles; en la tierra, como hombre, fue menor que los ángeles. De igual manera que cuando fue más exaltado que los ángeles, como Dios, él y Dios eran de uno, así también cuando estuvo en la tierra, siendo menor que los ángeles, como hombre, él y el hombre son "de uno". Es decir, precisamente de igual modo que Jesús y Dios son de uno por lo que respecta a Dios -de un Espíritu, de una naturaleza, de una sustancia-, por lo que respecta al hombre, Cristo y el hombre son "de uno": de una carne, de una naturaleza, de una sustancia.

La semejanza de Cristo con Dios, y la semejanza de Cristo con el hombre, lo son en sustancia, tanto como en forma. De otra manera, no tendría sentido el primer capítulo de Hebreos, en tanto que introducción del segundo. Carecería de sentido la antítesis presentada entre ambos capítulos. El primer capítulo resultaría vacío de contenido, fuera de lugar, en tanto que introducción del siguiente.