quinta-feira, 18 de dezembro de 2008

PROFETA, SACERDOTE Y REY

En la revelación de Cristo el Salvador, éste se nos manifiesta en sus tres oficios: profeta, sacerdote y rey.

En los días de Moisés, se escribió de Cristo en tanto que profeta: "Les suscitaré un Profeta de entre sus hermanos, como tú, y pondré mis palabras en su boca. Y él les hablará todo lo que yo le mande. Y al que no escuche mis palabras que ese Profeta hable en mi Nombre, yo le pediré cuenta". (Deut. 18:18 y 19). Esta idea sigue presente a lo largo de las Escrituras, hasta su venida.
En tanto que sacerdote, en los días de David se escribió de Cristo: "Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melchisedech" (Sal. 110:4). Esa idea continúa asimismo presente en las Escrituras, no solamente hasta su venida, sino hasta después de ella.

Y de Cristo en tanto que rey, se escribió en tiempos de David: "Yo empero he puesto [ungido] mi rey sobre Sión, monte de mi santidad" (Sal. 2:6). Y esa noción perduró igualmente en las Escrituras posteriores, hasta su venida, después de ella, y hasta el mismo fin del sagrado Libro.
De manera que las Escrituras presentan claramente a Cristo en los tres oficios: profeta, sacerdote y rey.

Esta triple verdad es ampliamente reconocida por todos cuantos están familiarizados con las Escrituras; pero en relación con ella, hay una verdad que no resulta ser tan bien conocida: que Cristo no es las tres cosas a la vez. Los tres oficios son sucesivos. Primeramente es profeta, después es sacerdote, y luego rey.

Fue "el profeta" cuando vino al mundo como maestro enviado por Dios, el Verbo hecho carne y morando entre nosotros, "lleno de gracia y de verdad" (Hech. 3:19-23). Pero entonces no era sacerdote, ni lo hubiera sido de haber permanecido en la tierra, ya que está escrito: "si estuviese sobre la tierra, ni aun sería sacerdote" (Heb. 8:4). Pero habiendo terminado la labor en su obra profética sobre la tierra, y habiendo ascendido al cielo a la diestra del trono de Dios, es ahora y allí nuestro "sumo sacerdote", quien está "viviendo siempre para interceder por ellos [nosotros]", y leemos: "él edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y será sacerdote en su solio; y consejo de paz será entre ambos a dos" (Zac. 6:12 y 13).

De igual manera que no era sacerdote mientras estaba en la tierra como profeta, ahora tampoco es rey en el cielo a la vez que sacerdote. Es cierto que reina, en el sentido y en el hecho de que está sentado en el trono del Padre, siendo así el sacerdote real y el rey sacerdotal según el orden de Melchisedech, quien, aunque sacerdote del Dios Altísimo, era también rey de Salem, o sea, rey de paz (Heb. 7:1 y 2). Pero ése no es el oficio de rey ni el trono al que se refiere y contempla la profecía y la promesa, cuando hace mención de su función específica de rey.

La función específica de rey a que hacen referencia la profecía y la promesa, consiste en que él reinará sobre "el trono de David su padre", perpetuando el reino de Dios en la tierra. Ese oficio real es la restauración de la perpetuidad de la diadema, corona y trono de David, en Cristo. La diadema, corona y trono de David fueron interrumpidos cuando, a causa de la profanación y maldad del pueblo de Judá e Israel, éstos fueron llevados cautivos a Babilonia, momento en el que se hizo la declaración: "Y tú, profano e impío príncipe de Israel, cuyo día vino en el tiempo de la consumación de la maldad; así ha dicho el Señor Jehová: Depón la tiara, quita la corona: ésta no será más ésta: al bajo alzaré, y al alto abatiré. Del revés, del revés, del revés la tornaré; y no será ésta más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y se la entregaré" (Eze. 21:25-27).
De esa forma y en ese tiempo, el trono, corona y diadema del reino de David, quedaron interrumpidos "hasta que venga aquel cuyo es el derecho", momento en el que le serán entregados. Y Aquel que posee el derecho no es otro que Cristo, "el hijo de David". Y ese "hasta que venga", no es su primera venida, en su humillación, como varón de dolores, experimentado en quebranto; sino su segunda venida, cuando venga en su gloria como "Rey de reyes y Señor de señores", cuando su reino desmenuce y consuma todos los reinos de la tierra, ocupe ésta en su totalidad, y permanezca para siempre.

Es cierto que cuando el bebé de Belén nació al mundo, nos nació un rey, y fue y ha sido ya rey para siempre, y por derecho propio. Pero es igualmente cierto que ese oficio real, diadema, corona y trono de la profecía y de la promesa, no los tomó entonces, ni los ha tomado todavía, ni los tomará hasta que venga otra vez. Será entonces cuando tome sobre sí mismo el poder en la tierra, y reinará plena y verdaderamente en todo el esplendor de su gloria y función regia. Porque en las Escrituras se especifica que después que "el Juez se sentó, y los libros se abrieron", "he aquí... como un hijo de hombre que venía, y llegó hasta el Anciano de grande edad... y fuéle dado señorío, y gloria, y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su señorío, señorío eterno, que no será transitorio, y su reino que no se corromperá" (Dan. 7:13 y 14). Es entonces cuando poseerá verdaderamente "el trono de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre; y de su reino no habrá fin" (Luc. 1:32 y 33).

Resulta pues evidente por la consideración de las Escrituras -de la promesa y de la profecía- en relación con sus tres oficios de profeta, sacerdote y rey, que se trata de oficios sucesivos. No son simultáneos, no ocurren al mismo tiempo. Ni siquiera dos de los tres. Primeramente vino como profeta. Actualmente es el sacerdote. Y será el rey cuando regrese. Terminó su obra como profeta antes de ser sacerdote, y terminará su obra como sacerdote antes de venir como rey.
Y debemos considerarlo precisamente de la forma en que fue, es y será.

Dicho de otro modo: cuando estuvo en el mundo en tanto que profeta, así es como se lo debía considerar. Así es también como debemos contemplarlo nosotros en aquel período. En aquel momento no debían -ni debemos- considerarlo como sacerdote. No como sacerdote durante ese período, por la sencilla razón de que no era sacerdote mientras estuvo en la tierra.

Pero pasada esa fase, se hizo sacerdote. Es lo que ahora es. Es tan ciertamente sacerdote en la actualidad, como fue profeta cuando estuvo en la tierra. Y en su oficio y obra de sacerdote debemos considerarlo tan ciertamente, tan cuidadosa y continuamente en tanto que tal sacerdote, como debían y debemos considerarlo en su oficio de profeta mientras estuvo en la tierra.

Cuando vuelva de nuevo en su gloria y en la majestad de su reino en el trono de David su padre, entonces lo consideraremos como rey, que es lo que en toda justicia será. Pero no es hasta entonces cuando podremos considerarle verdaderamente en su oficio real, en el pleno sentido de lo que implica su realeza.

En tanto que rey, podemos hoy contemplarlo solamente como aquello que va a ser. En tanto que profeta, como lo que ya fue. Pero en su sacerdocio, debemos hoy considerarlo como lo que es ahora, ya que eso es exactamente lo que es. Es el único oficio en el que se manifiesta actualmente; y es ese precisamente, y no otro, el oficio en el que podemos considerar su obra y persona.

No es simplemente que esos tres oficios de profeta, sacerdote y rey sean sucesivos, sino que además lo son con un propósito. Y con un propósito vinculado a ese preciso orden de sucesión en que se dan: profeta, sacerdote y rey. Su función como profeta fue preparatoria y esencial para su función como sacerdote. Y sus funciones de profeta y sacerdote, en ese orden, son preparatorias para su función de rey.

Es esencial que lo consideremos en sus oficios por el debido orden.
Debemos contemplarlo en su papel de profeta, no solamente a fin de poder aprender de quien se dijo: "nunca ha hablado hombre así como este hombre", sino también para que podamos comprenderlo adecuadamente en su oficio de sacerdote.

Y debemos considerarlo en su oficio de sacerdote, no solamente para que podamos recibir el infinito beneficio de su sacerdocio, sino también a fin de estar preparados para lo que hemos de ser. Porque está escrito: "serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años" (Apoc. 20:6).

Y habiéndolo considerado en su oficio de profeta en preparación para considerarlo apropiadamente en su oficio de sacerdote, es esencial que lo consideremos en su oficio de sacerdote a fin de estar capacitados para apreciarlo como rey; esto es, para poder estar allí, reinando con él. Se afirma de nosotros: "tomarán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, y hasta el siglo de los siglos", y "y reinarán para siempre jamás" (Dan. 7:18; Apoc. 22:5).

Dado que el sacerdocio es precisamente el oficio y obra de Cristo, y que desde su ascensión al cielo ha venido siendo así, Cristo en su sacerdocio es el supremo motivo de estudio para todos, especialmente para los cristianos.

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