quinta-feira, 18 de dezembro de 2008

Y YO HABITARÉ ENTRE ELLOS

Cuando Dios dio a Israel las directrices originales para la construcción del santuario que iba a ser figura para aquel tiempo presente, dijo: "Y hacerme han un santuario, y yo habitaré entre ellos" (Éx. 25:8).

El objetivo del santuario era que el Señor pudiese habitar entre ellos. Su propósito queda más plenamente revelado en los siguientes textos: "Y allí testificaré de mí a los hijos de Israel, y el lugar será santificado con mi gloria. Y santificaré el tabernáculo del testimonio y el altar: santificaré asimismo a Aarón y a sus hijos, para que sean mis sacerdotes. Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios. Y conocerán que yo soy Jehová su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para habitar en medio de ellos: Yo Jehová su Dios" (Éx. 29:43-46; también Lev. 26:11 y 12).

El propósito no era simplemente que pudiera habitar en el sentido de asentar su santuario en medio del campamento de Israel. Esa fue la gran equivocación de Israel en relación con el santuario, de tal forma que perdió casi por completo el verdadero significado del mismo. Cuando el santuario fue erigido y situado en medio del campamento de Israel, muchos de los hijos de Israel pensaron que eso bastaba; supusieron que en eso consistía el que Dios fuese a habitar en medio de ellos.

Es cierto que mediante la Shekinah, Dios moraba en el santuario. Pero el edificio del santuario con su espléndido ornamento, asentado en medio del campamento, no constituía el todo del santuario. Además del magníficamente decorado edificio, estaban los sacrificios y ofrendas del pueblo; y los sacrificios y ofrendas en favor del pueblo. También los sacerdotes en el servicio continuo; y el sumo sacerdote en su sagrado ministerio. Sin todo ello el santuario habría sido para Israel poco más que algo vacío, incluso aunque el Señor morase allí.

Y ¿cuál era el significado y propósito de esas cosas? Veamos: Cuando alguno de los israelitas había "hecho algo contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer" siendo así "culpable", llevaba "de su voluntad" el cordero sacrificial a la puerta del tabernáculo. Antes que éste fuese ofrecido en sacrificio, el israelita que lo había traído ponía sus manos sobre la cabeza de la víctima y confesaba sus pecados "y él lo aceptará para expiarle". Entonces, el que había traído la víctima y confesado sus pecados, la degollaba. La sangre se recogía en una taza. Parte de la sangre "la rociarán alrededor sobre el altar, el cual está a la puerta del tabernáculo" (altar de los holocaustos u ofrendas ardientes); otra parte de la sangre se ponía "sobre los cuernos del altar del perfume aromático, que está en el tabernáculo del testimonio"; y parte de ella se rociaba "siete veces delante de Jehová, hacia el velo del santuario"; el resto se echaba "al pie del altar del holocausto, que está a la puerta del tabernáculo del testimonio". El cordero mismo se quemaba sobre el altar de los holocaustos. Y de todo ese servicio se concluye: "y le hará el sacerdote expiación de su pecado que habrá cometido, y será perdonado". El servicio era similar en el caso del pecado y subsiguiente confesión del conjunto de la congregación. Se oficiaba asimismo un servicio análogo de forma continua -mañana y tarde- en favor de toda la congregación. Pero sea que los servicios fueran de carácter individual, o bien de carácter general, la conclusión venía siempre a resultar la misma: "y le hará el sacerdote expiación de su pecado que habrá cometido, y será perdonado" (ver Levítico, capítulos 1-5).
El ciclo del servicio del santuario se completaba anualmente. Y el día en el que se alcanzaba la plenitud del servicio, el décimo del mes séptimo, era especialmente "el día de la expiación", o la purificación del santuario. En ese día se concluía el servicio en el lugar santísimo. A ese día se refiere la expresión "una vez en el año", cuando "solo el pontífice" (o sumo sacerdote) entraba en el "lugar santísimo" o santo de los santos. Y del sumo sacerdote y su servicio en ese día, está escrito: "Y expiará el santuario santo, y el tabernáculo del testimonio; expiará también el altar, y a los sacerdotes, y a todo el pueblo de la congregación" (Lev. 16:2-34; Heb. 9:2-8).

Así, los servicios del santuario en el ofrecimiento de los sacrificios y la ministración de los sacerdotes, y particularmente de los sumo sacerdotes, tenía por fin hacer expiación; perdonar y alejar los pecados del pueblo. Por causa del pecado y la culpa, por haber hecho "algo contra alguno de todos los mandamientos de Jehová su Dios, sobre cosas que no se han de hacer", era necesario hacer expiación o reconciliación, y obtener perdón. El término expiación o reconciliación, contiene la idea de ‘unidad de mente’. El pecado y la culpa habían separado a los israelitas de Dios. Mediante esos servicios se llegaban a reconciliar (hechos uno) con Dios. Perdonar significa ‘dar por’. Perdonar el pecado es dar por el pecado. El perdón de los pecados viene únicamente de Dios. ¿Qué es lo que Dios da? ¿qué es lo que dio por el pecado? Dio a Cristo, y Cristo "se dio a sí mismo por nuestros pecados" (Gál. 1:4; Efe. 2:12-16; Rom. 5:8-11).

Por lo tanto, cuando un individuo o toda la congregación de Israel había pecado y deseaba perdón, todo el plan y problema del perdón, reconciliación, y salvación, se desplegaban ante la presencia del pecador. El sacrificio que se ofrecía, lo era por la fe en el sacrificio que Dios ya había realizado al entregar a su Hijo por el pecado. Es en esa fe que Dios aceptaba a los pecadores, y estos recibían a Cristo en lugar de su pecado. Eran así reconciliados con Dios, o hechos uno con él (expiación). Es así como Dios moraría en medio de ellos: es decir, habitaría en cada corazón y moraría en cada vida, para convertir ésta en algo "santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores". Y el hecho de asentar el tabernáculo en medio del campamento de Israel era una ilustración, una lección objetiva y una evocación de la verdad de que él habitaría en medio de cada individuo (Efe. 3:16-19).

Algunos de entre los de la nación, en toda época, vieron en el santuario esta gran verdad salvadora. Pero como un cuerpo, en la globalidad del tiempo, Israel perdió este concepto; y deteniéndose únicamente en el pensamiento de que Dios habitase en el tabernáculo en medio del campamento, dejaron de alcanzar el gozo de la presencia personal de Dios morando en sus vidas individuales. En correspondencia con ello, su adoración se transformó únicamente en formalista y de carácter externo, mas bien que de carácter interior y espiritual. De esa forma, sus vidas continuaron siendo irregeneradas y desprovistas de santidad; y así, aquellos que salieron de Egipto perdieron la gran bendición que Dios tenía para ellos, y "cayeron en el desierto" (Heb. 3:17-19).

Tras haber entrado en tierra de Canaán, el pueblo cometió idéntico error. Pusieron su dependencia en el Señor solamente como aquel que moraba en el tabernáculo, y no permitieron que el tabernáculo y su ministerio fuesen los medios por los que el Señor morase en ellos mismos por la fe. Consecuentemente, sus vidas no hicieron otra cosa excepto progresar en la maldad, de forma que Dios permitió que el tabernáculo fuese destruido, y que los paganos tomaran cautiva el arca de Dios (Jer. 7:12; 1 Sam. 4:10-22) a fin de que el pueblo pudiese aprender a ver, encontrar y adorar a Dios, individualmente. Es así como experimentarían la morada de Dios con ellos de forma individual.

Tras haber faltado en Israel por unos cien años el tabernáculo y su servicio, David lo restauró, y fue ensamblado en el gran templo que Salomón edificó. Pero nuevamente se fue perdiendo de vista su verdadero propósito. El formalismo, con la maldad que lo acompaña, fueron incrementando progresivamente, hasta que el Señor se vio compelido a exclamar, tocante a Israel: "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me darán buen olor vuestras asambleas. Y si me ofreciereis holocaustos y vuestros presentes, no los recibiré; ni miraré a los pacíficos de vuestros engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, que no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Antes corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo" (Amós 5:21-24).

También en relación con Judá fue compelido a un clamor similar, que Isaías expresa así: "Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. ¿Para qué a mí, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Harto estoy de holocaustos de carneros, y de sebo de animales gruesos: no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demandó esto de vuestras manos, cuando vinieseis a presentarlos delante de mí, para hollar mis atrios? No me traigáis más vano presente: el perfume me es abominación: luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir: son iniquidad vuestras solemnidades. Vuestras lunas nuevas y vuestras solemnidades tienen aborrecida mi alma: me son gravosas; cansado estoy de llevarlas. Cuando extendiereis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos: asimismo cuando multiplicareis la oración, yo no oiré: llenas están de sangre vuestras manos. Lavad, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojos; dejad de hacer lo malo: Aprended a hacer bien; buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dirá Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos: si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isa. 1:10-18).

Sin embargo no se prestó oído a sus ruegos, por lo tanto Israel fue llevado cautivo y la tierra desolada a causa de su maldad. Igual suerte pendía sobre Judá. Y ese peligro de Judá surgía del mismo gran tema que el Señor se había esforzado siempre por enseñar a la nación, y que ésta no había aún aprendido: se habían aferrado al templo y al hecho de que la presencia de Dios habitase en ese templo como el gran fin, en lugar de comprenderlo como el medio para lograr el gran fin, que consistía en que mediante el templo y su ministerio, al proporcionar perdón y reconciliación, Aquel que moraba en el templo viniera a hacer morada en ellos mismos. Así, el Señor clamó una vez más por su pueblo en boca de Jeremías a fin de salvarlos de ese error, haciendo así posible que viesen y recibiesen la gran verdad del genuino significado y propósito del templo y su servicio.

Dijo: "He aquí, vosotros os confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan. ¿Hurtando, matando, y adulterando, y jurando falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis. Vendréis y os pondréis delante de mi en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos: para hacer todas estas abominaciones? ¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa, sobre la cual es invocado mi nombre? He aquí que también yo veo, dice Jehová. Andad empero ahora a mi lugar que fue en Silo, donde hice que morase mi nombre al principio, y ved lo que le hice por la maldad de mi pueblo Israel. Ahora pues, por cuanto habéis vosotros hecho todas estas obras, dice Jehová, y bien que os hablé, madrugando para hablar, no oísteis, y os llamé, y no respondisteis; Haré también a esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, en la que vosotros confiáis, y a este lugar que os di a vosotros y a vuestros padres, como hice a Silo: Que os echaré de mi presencia como eché a todos vuestros hermanos, a toda la generación de Efraim. Tú pues, no ores por este pueblo, ni levantes por ellos clamor ni oración, ni me ruegues; porque no te oiré... ¡Oh si mi cabeza se tornase aguas, y mis ojos fuentes de aguas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo! ¡Oh quién me diese en el desierto un mesón de caminantes, para que dejase mi pueblo, y de ellos me apartase! Porque todos ellos son adúlteros, congregación de prevaricadores. E hicieron que su lengua, como su arco, tirase mentira; y no se fortalecieron por verdad en la tierra: porque de mal en mal procedieron, y me han desconocido, dice Jehová" (Jer. 7:8-16; 9:1 y 3).

¿Cuáles eran específicamente las "palabras de mentira" en las que confiaba el pueblo? Helas aquí: "No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová , templo de Jehová es éste" (Jer. 7:4). Es perfectamente manifiesto que el pueblo, si bien entregado a las formas de adoración y del servicio del templo, lo vivió meramente como formas, perdiendo completamente el propósito del templo y sus servicios, que no era otro que el que Dios pudiese reformar y santificar las vidas del pueblo, morando individualmente en ellos. Y habiendo perdido todo eso, la maldad de sus corazones no hizo sino manifestarse cada vez más. Es por esa razón por la que todos sus sacrificios, adoración y plegarias vinieron a ser una ruidosa burla, en tanto en cuanto sus corazones y vidas nada sabían de conversión y santidad.

Por todo ello, "palabra que fue de Jehová a Jeremías, diciendo: Ponte a la puerta de la casa de Jehová, y predica allí esta palabra, y di: Oíd palabra de Jehová, todo Judá, los que entráis por estas puertas para adorar a Jehová. Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en este lugar. No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste. Mas si mejorareis cumplidamente vuestros caminos y vuestras obras; si con exactitud hiciereis derecho entre el hombre y su prójimo, ni oprimiereis al peregrino, al huérfano, y a la viuda, ni en este lugar derramareis la sangre inocente, ni anduviereis en pos de dioses ajenos para mal vuestro; Os haré morar en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres para siempre" (Jer. 7:1-7).
En lugar de permitir que se cumpliera en ellos el gran propósito de Dios mediante el templo y sus servicios, lo que hicieron fue pervertir completamente ese propósito. En lugar de permitir que el templo y sus servicios, que Dios en su misericordia había establecido entre ellos, les enseñase la forma en que él mismo habitaría entre ellos morando en sus corazones y santificando sus vidas, lo que hicieron fue excluir ese verdadero sentido del templo y sus servicios, pervirtiéndolo totalmente al emplearlo como pretexto para sancionar la maldad abyecta y encubrir la más profunda e insondable carencia de santidad.

Para un sistema tal, no existía otro remedio que la destrucción. En consecuencia, la ciudad fue sitiada y tomada por los paganos. El templo, "la casa de nuestro santuario y de nuestra gloria" fue destruida. Y habiéndose convertido la ciudad y el templo en un montón de ruinas ennegrecidas, el pueblo fue llevado cautivo a Babilonia, donde en su pesar y sentimiento profundo de inmensa pérdida, buscaron, encontraron y adoraron al Señor de tal forma que significó una reforma en sus vidas, hasta el punto de que si hubiera ocurrido mientras el templo estaba aún en pie, éste habría podido permanecer para siempre (Sal. 137:1-6).

Dios sacó de Babilonia a un pueblo humilde y reformado. Su santo templo se reedificó y los servicios fueron restaurados. Nuevamente el pueblo habitó en su ciudad y en su tierra. Pero una vez más se reprodujo la apostasía. Siguió un curso idéntico hasta que, cuando Jesús, el gran centro del templo y sus servicios, vino a los suyos, continuaba prevaleciendo el mismo viejo estado de cosas (Mat. 21:12 y 13; 23:13-32). Fueron capaces de asediarlo y perseguirlo hasta la muerte de lo profundo de su corazón, mientras que externamente eran tan "santos" que se abstuvieron de traspasar el porche del pretorio de Pilato "por no ser contaminados" (Juan 18:28).

Y el llamado del Señor al pueblo continuaba siendo el mismo que en lo antiguo: debían encontrar en sus propias vidas personales el significado del templo y sus servicios, y ser salvos así de la maldición que había perseguido a la nación a lo largo de su historia a causa del mismo gran error que ellos estaban repitiendo. Es por ello que Jesús, estando cierto día en el templo, dijo a la multitud que estaba presente: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue este templo edificado, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo" (Juan 2:19-21). Cuando Jesús, en el templo, habló esas palabras a la gente, refiriéndose al "templo de su cuerpo", estaba en realidad intentando -como lo había hecho durante toda la historia pasada de ellos- que pudiesen apercibirse de que el gran propósito del templo y sus servicios fue siempre que a través del ministerio y los servicios allí efectuados Dios pudiese andar y morar en ellos mismos del mismo modo en que moraba en el templo, haciendo santa su habitación en ellos mismos, lo mismo que su morada en el templo convertía ese lugar en santo. Así, al morar y andar Dios en ellos, sus cuerpos serían verdaderamente templos del Dios viviente (2 Cor. 6:16; 1 Cor. 3:16 y 17; Lev. 26:11 y 12; 2 Sam. 7:6 y 7).

Sin embargo ni siquiera entonces comprendieron esa verdad. No querían ser reformados. No querían que el propósito del santuario se cumpliera en ellos mismos: no deseaban que Dios morase en ellos. Rechazaron a aquel que vino personalmente para mostrarles el verdadero propósito y el verdadero Camino. Por lo tanto, una vez más, no hubo otro remedio que la destrucción. Una vez más su ciudad fue tomada por los paganos. También el templo, "la casa de nuestro santuario y de nuestra gloria", fue pasado por el fuego. Fueron asimismo llevados cautivos, y fueron dispersados para siempre, para andar "errantes entre las gentes" (Ose. 9:17).
Es preciso recalcar una vez más que el santuario terrenal, el templo con su ministerio y servicios como tales, no eran sino una figura del verdadero, el que existía entonces en el cielo, con su ministerio y servicios. Cuando a Moisés se le presentó por primera vez el concepto del santuario para los israelitas, el Señor le dijo: "Mira, y hazlos conforme a su modelo, que te ha sido mostrado en el monte" (Heb. 8:5; Éx. 25:40; 26:30; 27:8). El santuario en la tierra era, pues, una figura del verdadero, en el sentido de ser una representación del mismo. El ministerio y los servicios en el terrenal eran "figuras del verdadero", en el sentido de ser un "modelo", "las figuras de las cosas celestiales" (Heb. 9:23 y 24).

El verdadero santuario del que el terrenal era figura, el original del que ese era modelo, existía entonces. Pero en las tinieblas y confusión de Egipto, Israel había perdido la clara noción de eso, lo mismo que de tantas otras cosas que habían estado claras para Abraham, Isaac y Jacob; y mediante esa lección, Dios les proporcionaría el conocimiento del verdadero santuario. No era, por lo tanto, una figura en el sentido de ser el anticipo de algo que vendría y que no existía todavía; sino una figura en el sentido de ser una lección objetiva y representación visible de aquello que existía pero que era invisible, a fin de ejercitarlos en una experiencia de fe y verdadera espiritualidad que les capacitase para ver lo invisible.

Y por medio de todo ello Dios les estaba revelando, lo mismo que a todo el pueblo para siempre, que es por el sacerdocio, ministerio y servicio de Cristo en el santuario o templo celestial como él mora entre los hombres. Les estaba revelando que en esa fe de Jesús se ministran a los hombres el perdón de los pecados y la expiación o reconciliación, de forma que Dios habita en ellos y anda en medio de ellos, siendo él su Dios y ellos su pueblo; y son apartados así de toda la gente que puebla la faz de la tierra: separados para Dios como sus auténticos hijos e hijas para ser edificados en perfección, en el conocimiento de Dios (Éx. 33:15 y 16; 2 Cor. 6:16-18; 7:1).

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