quinta-feira, 18 de dezembro de 2008

EL MISTERIO DE DIOS CONSUMADO

Pero gracias a Dios esa impostura no va a durar para siempre. La gran verdad del sacerdocio, ministerio y santuario cristianos no va a ser por siempre ocultada de los ojos de la iglesia y el mundo. Se erigió el misterio de iniquidad y ocultó del mundo el misterio de Dios, de manera que toda la tierra se maravilló en pos de la bestia (Apoc. 13:3 y 4). Pero se acerca el día en el que el misterio de iniquidad será desenmascarado, y el misterio de Dios brillará nuevamente en el esplendor de su verdad y pureza, para no ser ya ocultado nunca más, y para cumplir su gran propósito, alcanzando su entera consumación. Porque está escrito que "en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comenzare a tocar la trompeta, el misterio de Dios será consumado, como él lo anunció a sus siervos los profetas" (Apoc. 10:7).

En los días de Cristo y sus apóstoles fue revelado el misterio de Dios en una plenitud nunca conocida hasta entonces, y fue predicado "a todas las gentes para que obedezcan a la fe" (Rom. 16:25 y 26). Desde el principio del mundo hasta ese tiempo, fue ese "misterio escondido desde los siglos en Dios", "el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, mas ahora ha sido manifestado a sus santos, a los cuales quiso Dios hacer notorias las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria: el cual nosotros anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando en toda sabiduría, para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús" (Col. 1:26-29. Efe. 3:3, 5 y 9).

Pero ya en ese tiempo, en los días de los apóstoles, obraba el "misterio de iniquidad". Y continuó hasta alcanzar poder y supremacía mundiales, incluso hasta quebrantar a los santos del Altísimo y pensar en mudar los tiempos y la ley, levantándose contra el Príncipe de los príncipes, engrandeciéndose aun contra el Príncipe de la fortaleza y poniéndose a sí mismo en lugar de Dios. Y así, el misterio de Dios fue ocultado -aunque no ocultado en Dios-. Pero ahora, en los días de la voz del séptimo ángel, precisamente ahora, ese misterio de Dios que durante años se había ocultado de generaciones, es manifestado a sus santos, "a los cuales quiso Dios hacer notorias las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria: el cual nosotros anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando en toda sabiduría, para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús".

Y eso, como ya hemos documentado, sucede de acuerdo a "como él lo reveló a sus siervos los profetas". Esa no es una declaración aislada del profeta de Patmos, dirigida a su tiempo. Es ahora, en nuestros días, cuando "el misterio de Dios será consumado", ya que cuando el ángel de Dios hizo esa proclamación en la visión del profeta de Patmos, lo había ya previamente anunciado -y mucho tiempo antes- a sus siervos los profetas. La proclamación hecha en Patmos no fue sino la declaración del ángel de Dios de que cuanto había sido anunciado a sus siervos los profetas, debía ahora suceder plenamente y sin más demora. Las palabras del ángel son las siguientes: "Y el ángel que vi estar sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive para siempre jamás, que ha criado el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo ("demora", R.S.V.) no será más. Pero en los días del séptimo ángel, cuando él comenzare a tocar la trompeta, el misterio de Dios será consumado, como él lo anunció a sus siervos los profetas" (Apoc. 10:5-7).

Daniel es el profeta al que más plena y claramente le fue revelado. Daniel contempló, no solamente la aparición de ese cuerno pequeño, su ensalzamiento "contra el Príncipe del ejército", "contra el Príncipe de los príncipes", su echar por tierra la verdad y el santuario pisoteándolos, sino que vio también -y en la misma visión- a la verdad y el santuario liberados del poder del cuerno pequeño, rescatados del pisoteo blasfemo de éste, levantados de la tierra y exaltados hasta el cielo, a donde en justicia pertenecen. Y es en esa precisa parte de la visión en la que parecen mostrar el mayor interés los seres celestiales, ya que dice Daniel: "Entonces oí a un santo que hablaba, y otro santo le preguntó: ‘¿Hasta cuándo durará la visión del continuo, de la prevaricación asoladora, y del pisoteo del santuario y del ejército?’ Y él respondió: ‘Hasta 2.300 días de tardes y mañanas. Entonces el santuario será purificado’" (Dan. 8:13 y 14).

Entonces se encomendó a Gabriel que hiciese entender la visión a Daniel. Comenzó a hacerlo así, hasta que llegó a la explicación de los muchos días de la visión, punto en el que las sorprendentes y terribles cosas reveladas agobiaron a Daniel: "Y yo, Daniel, quedé quebrantado, y estuve enfermo algunos días. Cuando convalecí, atendí los asuntos del rey. Pero quedé espantado acerca de la visión, y no la entendía" (Dan. 8:27). Hasta donde había sido explicado, era sencillo de entender: se declara llanamente que el carnero son los reyes de Media y de Persia, y el macho cabrío el rey de Grecia. Y a la vista de las explicaciones ya hechas en los capítulos 2 y 7 de Daniel, la descripción del siguiente gran poder que sucedería a Grecia se comprendía fácilmente a medida que el ángel avanzaba en la explicación. Pero Daniel desfalleció justamente en el clímax de la parte más importante de la explicación, de forma que se perdió la parte más esencial y significativa de la explicación, y "no había quien la entendiese".

Sin embargo, el profeta procuró con toda diligencia comprender la visión. Y tras la destrucción de Babilonia, en el primer año del rey de los medas y persas, el ángel Gabriel se apareció nuevamente a Daniel, diciendo: "Daniel, ahora he salido para hacerte entender la declaración" (Dan. 9:1 y 22). Y vino precisamente para hacerle entender la declaración de aquella visión que había comenzado a explicar cuando Daniel desfalleció. Así que primeramente dirigió la atención de Daniel hacia la visión, diciendo: "Tan pronto como empezaste a orar, fue dada la respuesta, y yo he venido a enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la palabra, y entiende la visión" (vers. 23). Habiendo dirigido en esos términos la atención del profeta hacia la visión, el ángel aborda directamente el tema del tiempo mencionado en la misma: la parte precisa de la visión que, a causa del desfallecimiento de Daniel, había quedado pendiente de explicación. Dice pues: "Setenta semanas están cortadas para tu pueblo y tu santa ciudad" (vers. 24).

La palabra "cortadas" significa "delimitadas", "acotadas mediante límites", "señaladas en cuanto a su alcance". Al explicar la visión la primera vez, el ángel había llegado al asunto del tiempo: los "muchos días" de Dan. 8:26, los "dos mil y trescientos días" de la visión. Ahora, al llamar la atención de Daniel a la visión, comienza inmediatamente a referirse a esos días, explicando los acontecimientos con ellos relacionados: "Setenta semanas", o 490 de esos días, están determinados o cortados (delimitados, asignados) para los judíos y Jerusalem. Eso señala los límites del tiempo para los judíos y Jerusalem en tanto que pueblo y ciudad especiales de Dios. Se trata de días proféticos, en los que cada día corresponde a un año: las 70 semanas -o 490 días- vienen a ser 490 años, cortados (tomados) de los 2.300 días, que a su vez son 2.300 años. El principio de los 490 años es pues coincidente con el de los 2.300 años.

El relato de las "setenta semanas", o 490 años, viene dado por el ángel en estos términos: "Conoce, pues, y entiende, que desde que salga la orden para restaurar y reedificar a Jerusalem hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y 62 semanas. La plaza y la muralla se reedificarán en tiempos angustiosos. Después de las 62 semanas se quitará la vida al Mesías, y no por él mismo. Y el pueblo de un príncipe que ha de venir, destruirá a la ciudad y el Santuario. Su fin vendrá como una inundación, y hasta el fin de la guerra, será talada con asolamiento. En otra semana confirmará el pacto a muchos. Y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Y sobre el ala del templo uno ejecutará la abominación asoladora, hasta que la ruina decretada caiga sobre el desolador" (Dan. 9:25-27).

El decreto para restaurar y reedificar Jerusalem se produjo el 457 a. de C., y se encuentra registrado en el capítulo 7 de Esdras. Fue emitido desde Babilonia, y se dirigió primeramente a Esdras, concediéndole potestad para abandonar Babilonia y para tomar consigo la gente y materiales necesarios para la obra de restauración de Jerusalem, a fin de que Dios pudiese ser adorado allí. Y posteriormente, "a todos los tesoreros del otro lado del río" Éufrates, con el objeto de que proveyesen cuanto Esdras requiriese para el avance de la obra. Cuando Esdras llegó a Jerusalem era el quinto mes del año, por lo tanto la restauración debió comenzar hacia el otoño del 457 a. de C., lo que lleva al año 456 ½ como fecha de partida de los 490 años, y de los 2.300 años.

A partir de entonces, 483 años conducirían al "Mesías Príncipe", lo que lleva al año 26 ½ de la era cristiana, es decir, el año 27 d. de C., que es el preciso año en el que Cristo hizo su aparición como Mesías, en su ministerio público, al ser bautizado en el Jordán y ungido con el Espíritu Santo (Mar. 7:9-11; Mat. 3:13-17). Tras ello, él, el Mesías, "confirmará el pacto a muchos" "en otra semana", o sea, la semana que faltaba para las 70. Pero a mitad de esa semana, "hará cesar el sacrificio y la ofrenda" por el sacrificio de sí mismo en la cruz. A la mitad de la semana tiene que ser al final de los tres años y medio, de entre aquellos siete, a contar desde el otoño del 27 d. de C. Eso conduce a la primavera del año 31 d. de C., el momento preciso en el que fue crucificado el Salvador; y de ese modo, mediante su propio sacrificio, el auténtico sacrificio por los pecados, hizo cesar para siempre el sacrificio y la ofrenda. En esa ocasión, el velo del templo terrenal "se rasgó en dos, desde arriba hacia abajo", indicando que el servicio de Dios hallaba su fin en aquel lugar, y la casa terrenal sería dejada desierta.

Quedaba todavía la segunda mitad de la 70ª semana, dentro del límite de tiempo en el que el pueblo judío y Jerusalem contarían con el favor especial. Esa media semana con principio en la primavera del año 31 de nuestra era, se extendía hasta el otoño del 34. En aquel tiempo, "los que habían sido esparcidos por la persecución que vino después de Esteban [‘iban por todas partes anunciando la Palabra’] anduvieron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, y a nadie predicaron la Palabra, sino sólo a los judíos" (Hech. 11:19; 8:4). Pero cuando ese tiempo expiró, y los judíos se hubieron confirmado en el rechazo del Mesías y su evangelio, entonces su decisión fue aceptada, y bajo la dirección de Pedro y de Pablo, las puertas se abrieron de par en par a los gentiles, a quienes pertenece la porción restante de los 2.300 años.

Tras descontar los 490 años asignados a los judíos y Jerusalem, quedan aun 1.810 años para los gentiles (2.300 – 490 = 1.810). Ese período de los 1.810 años, comenzando, como hemos visto, en el otoño del año 34 de nuestra era, conduce indefectiblemente al otoño del año 1844, marcando esa fecha como el final de los 2.300 años. Y en ese tiempo, por palabra de quien no puede equivocarse (Dan. 8:14), "el santuario será purificado". 1844 fue igualmente el preciso tiempo de "los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comenzare a tocar la trompeta", y "el misterio de Dios será consumado, como él lo anunció a sus siervos los profetas".

En esa época se quebrantaría el horror de las densas tinieblas con las que el misterio de iniquidad ocultó por las edades y generaciones el misterio de Dios. Es entonces cuando el santuario y verdadero tabernáculo, y su verdad, se elevarían desde el suelo, adonde el hombre de pecado los había arrojado para pisotearlos, siendo exaltados hasta el cielo, lugar al que pertenecen. Desde allí brillarán con tal luz que toda la tierra será iluminada con su gloria. En ese tiempo, la verdad trascendental del sacerdocio y ministerio de Cristo iba a ser rescatada del olvido al que la prevaricación y la abominación desoladora habían sometido, y sería una vez más, y definitivamente, restituida a su genuino emplazamiento celestial en la fe de la iglesia, logrando en todo verdadero creyente esa perfección que es el eterno propósito de Dios en Cristo Jesús Señor nuestro.

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