quinta-feira, 18 de dezembro de 2008

LA PURIFICACIÓN DEL SANTUARIO

La purificación del santuario y la consumación del misterio de Dios son coincidentes en el tiempo, y están tan estrechamente relacionados que constituyen una identidad práctica en carácter y alcance.

En "la figura del verdadero" o santuario visible, la sucesión de los servicios formaba un ciclo que se completaba anualmente. Y la purificación del santuario era la consumación de ese servicio anual figurativo. Esa purificación del santuario consistía en la limpieza y eliminación del santuario "de las inmundicias de los hijos de Israel, y de sus rebeliones, y de todos sus pecados" que, mediante el ministerio sacerdotal, habían sido llevados al santuario durante el año.

La consumación de esta obra, de y para el santuario, era también la consumación de la obra para el pueblo, ya que en ese día de la purificación del santuario, que era el día de la expiación (o reconciliación), quien no participase del servicio de purificación mediante escrutinio del corazón, confesión y expulsión del pecado, sería cortado definitivamente del pueblo. Así, la purificación del santuario afectaba al pueblo y lo incluía tan ciertamente como al santuario mismo. Y cualquiera del pueblo que no participase de la purificación del santuario, no siendo él mismo purificado como lo era el santuario –purificado de toda iniquidad, transgresión y pecado-, era cortado de su pueblo para siempre (Lev. 16:15-19; 29-34; 23:27-32).

Y eso "era figura de aquel tiempo presente". Ese santuario, sacrificio, sacerdocio y ministerio, eran figura del verdadero, que es el santuario, sacrificio, sacerdocio y ministerio de Cristo. Y esa purificación del santuario era una figura del verdadero, que es la purificación del santuario -y verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre- de toda impureza de los creyentes en Jesús, a causa de sus transgresiones o pecados. Y el momento de esa purificación del verdadero santuario, en palabras de Aquel que no puede equivocarse, es: "hasta 2.300 días, y el santuario será purificado" -el santuario de Cristo-, en el año 1844 de nuestra era.

Y ciertamente, el santuario del cual Cristo es Sumo Sacerdote es el único que podía ser purificado en 1844, ya que es el único que existía entonces. El santuario que era figura para el tiempo presente, fue destruido por el ejército Romano junto con la ciudad (Dan. 9:26). Incluso su emplazamiento fue destruido "hasta una entera consumación". Por ello, el único santuario que podía ser purificado en el tiempo señalado por el Autor de la profecía, al final de los 2.300 días, era el santuario de Cristo. El santuario y el verdadero tabernáculo del que Cristo, a la diestra de Dios, es verdadero sacerdote y ministro. Ese "santuario y verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre".

El significado de esa purificación está llanamente expresado en la Escritura que estamos estudiando: Dan. 9:24-28. El ángel de Dios, al explicar a Daniel la verdad concerniente a los 2.300 días, declaró también el gran objetivo del Señor en ese tiempo, en relación con judíos y gentiles. Las setenta semanas, o 490 años delimitados para los judíos y Jerusalem, se especifica que son "para acabar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia de los siglos, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos" (Dan. 9:24).

Tal es el verdadero propósito de Dios en el santuario y sus servicios, en todo tiempo: sea en la figura o en el verdadero, para judíos o gentiles, en la tierra como en el cielo. Setenta semanas, o 490 años, era lo concedido a los judíos para que alcanzasen el cumplimiento o consumación de ese propósito, por y en ellos. A fin de lograrlo, el mismo Cristo vino a ese pueblo, entre todos los pueblos, para mostrarles el Camino y conducirlos por ese Camino. Pero no lo recibieron. En lugar de ver en él al misericordioso Ser que acabaría la prevaricación, pondría fin al pecado, expiaría la iniquidad y traería la justicia de los siglos a toda alma, vieron en él solamente a "Belzebú, príncipe de los demonios"; vieron a uno en el lugar del cual escogerían decididamente a un malhechor; a uno que repudiarían abiertamente en tanto que Rey, escogiendo no tener otro rey que al César romano; a uno que no juzgaron digno de otra cosa que no fuese la crucifixión y expulsión del mundo. Para un pueblo tal, y en un pueblo como ese, ¿podría él poner fin a la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad y traer la justicia de los siglos? Imposible. Imposible por la propia obstinada rebelión de ellos. En lugar de permitírsele efectuar una obra tan misericordiosa y maravillosa en su favor, se vio compelido a exclamar desde la profundidad de la pena y dolor divinos: "¡Jerusalem, Jerusalem, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti! ¡cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí que vuestra casa os es dejada desierta". "El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que haga los frutos de él" (Mat. 23:37 y 38; 21:43).

Tras el rechazo de los judíos, el reino de Dios se dio a la nación gentil. Y todo cuanto debía haberse hecho por los judíos en los 490 años a ellos dedicados, pero que de ninguna forma consintieron en que se realizara, eso mismo es lo que debe hacerse por los gentiles, a quienes se da el reino de Dios, en los 1.810 años que se les concede. Y esa obra consiste en "acabar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia de los siglos, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos". Eso puede solamente realizarse en la consumación del misterio de Dios, en la purificación del verdadero santuario cristiano. Y eso se efectúa en el verdadero santuario, precisamente acabando la prevaricación (o transgresión) y poniendo fin a los pecados en el perfeccionamiento de los creyentes en Jesús, de una parte; y de la otra parte, acabando la prevaricación y poniendo fin a los pecados en la destrucción de los malvados y la purificación del universo de toda mancha de pecado que jamás haya existido en él.

La consumación del misterio de Dios es el cumplimiento final de la obra del evangelio. Y la consumación de la obra del evangelio es, primeramente, la erradicación de todo vestigio de pecado y el traer la justicia de los siglos, es decir, Cristo plenamente formado en todo creyente, sólo Dios manifestado en la carne de cada creyente en Jesús; y en segundo lugar, y por otra parte, la consumación de la obra del evangelio significa precisamente la destrucción de todos quienes hayan dejado de recibir el evangelio (2 Tes. 1:7-10), ya que no es la voluntad del Señor preservar la vida a hombres cuyo único fin sería acumular miseria sobre sí mismos.

Hemos visto que en el servicio del santuario terrenal, cuando había finalizado la obra del evangelio en el ciclo anual en beneficio de quienes habían tomado parte en él, aquellos que, por el contrario, no habían participado, eran cortados o excluidos. "Lo cual era figura de aquel tiempo presente", y enseña de forma inequívoca que en el servicio del verdadero santuario, cuando haya finalizado la obra del evangelio para todos quienes participen en él, entonces, todos aquellos que no hayan tomado parte, serán excluidos. Así, en ambos sentidos, la consumación del misterio de Dios significa poner fin al pecado para siempre.

En el servicio del santuario terrenal vemos también que para producirse la purificación, completándose así el ciclo de la obra del evangelio, debía primero alcanzar su cumplimiento en las personas que participaban en el servicio. En otras palabras: En el santuario mismo no se podía acabar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad ni traer la justicia de los siglos, hasta que todo ello se hubiese cumplido previamente en cada persona que participaba del servicio del santuario. El santuario mismo no podía ser purificado antes de que lo fuera cada uno de los adoradores. El santuario no podía ser purificado mientras se continuase introduciendo en él un torrente de iniquidades, transgresiones y pecados, mediante la confesión del pueblo y la intercesión de los sacerdotes. La purificación del santuario como tal, consistía en la erradicación y expulsión fuera del santuario, de todas las transgresiones del pueblo, que por el servicio de los sacerdotes se había ido introduciendo en él, en el servicio de todo el año. Y ese torrente debe detenerse en su fuente, en los corazones y vidas de los adoradores, antes de que el santuario mismo pueda ser purificado.

De acuerdo con lo anterior, lo primero que se efectuaba en la purificación del santuario era la purificación del pueblo. Lo que era esencial e imprescindible para la purificación del santuario, para acabar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad y traer la justicia de los siglos, era acabar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad y traer la justicia de los siglos en el corazón y vida de cada uno de entre el pueblo. Cuando se detenía en su origen el torrente que fluía hacia el santuario, entonces, y solo entonces, podía el propio santuario ser purificado de los pecados y transgresiones del pueblo, que se habían introducido en él mediante la intercesión de los sacerdotes.

Y todo eso "era figura de aquel tiempo presente", "figura del verdadero". Se nos enseña pues claramente que el servicio de nuestro gran Sumo Sacerdote en la purificación del verdadero santuario debe ser precedida por la purificación de cada uno de los creyentes, la purificación de cada uno de los que participen en ese servicio del verdadero Sumo Sacerdote en el verdadero santuario. Es imprescindible que acabe la prevaricación, que se ponga fin al pecado, que se expíe la iniquidad y se traiga la justicia de los siglos en la experiencia de todo creyente en Jesús, antes de que pueda cumplirse la purificación del verdadero santuario.

Tal es el preciso objetivo del verdadero sacerdocio en el verdadero santuario. Los sacrificios, el sacerdocio y el ministerio en el santuario que no era más que una mera figura para aquel tiempo presente, no podían realmente quitar el pecado, no podían hacer perfectos a los que se allegaban a él. Pero el sacrificio, el sacerdocio y el ministerio de Cristo en el verdadero santuario quita los pecados para siempre, hace perfectos a cuantos se allegan a él, hace "perfectos para siempre a los santificados".

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